Se oyen
unas voces desde fuera. Una gran puerta metálica se abre y entra un trabajador.
Se le ha asignado la tarea de trasladar unas cajas.
Cundo las
está recogiendo, el empresario, al otro lado de la puerta, la cierra. El
trabajador se queda extrañado y confuso. El empresario, desde una pequeña
ventana a la altura de los ojos, situada en medio de la puerta, le señala, sin
cambiar el rostro afable, en dirección a donde están las cajas, encima de una
estantería metálica. Con un tono sereno, masculla unas palabras: <<Esto
es lo que acaba de suceder>>. El trabajador se fija debajo de las cajas,
ambas con una longitud de dos palmas de una mano corriente, donde hay un papel
que sobresale. Al parecer contiene algo escrito. El empresario le comunica que
lea el escrito. El trabajador posa entre sus dedos el papel y empieza a
analizar el mensaje de tinta. Rápidamente, se vuelve notablemente inquieto; le
tiembla el pulso. Deja el papel con cuidado en la misma posición que lo había
encontrado mientras su mano tiembla ligeramente. Empieza a saltar y a tirarse del pelo. Parece un lunático. Acto
seguido, empieza a desgañitarse delante de la ventana, a la par que suelta al
aire un montón de frías palabras ininteligibles mientras pega ferozmente con la
base del puño a la ventanilla, repetidamente. El empresario abandona el cristal
arrastrando una mueca de satisfacción vil. Vuelve a su despacho, desde donde lo
ve y controla todo.
A la hora
del almuerzo, unos subalternos se desplazan hasta la mesa donde está comiendo
el empresario. Ambos le preguntan educadamente si tiene un momento para
responder a una duda. El empresario no dice nada y actúa como si no los hubiera oído. Se acaba de un mordisco el
resto del sándwich que le quedaba y responde a la propuesta:
- Sí, ahora
sí -dice sin mirarlos, mientras aún saborea los restos del último trozo en su
boca.
Ambos
subalternos se sientan con rectitud.
- ¿Por qué
le ha hecho eso a ese trabajador? -pregunta uno de ellos con cierto grado de
indecisión e inseguridad.
-
Simplemente porque era muy exagerado e infantil. Por eso ha sido despedido.
- Pero...
señor, eso no era la puerta de salida; eso era la puerta de la cámara
frigorífica... aunque tal vez esté exagerando.
- ¿Entonces
qué espera usted a entrar? -lo mira, desafiante-. Vaya que si está
exagerando...
El
subalterno que alzó la voz se dirige, resignado, a la cámara, y se encierra
allí, con el cuerpo de un niño congelado, hecho, ahora, un ovillo de hielo.
Coge la nota, pero ya no hay sorpresas para él:
<<ACABA USTED DE SER DESPEDIDO.
>>POR FAVOR, DEJE LA NOTA EN EL MISMO LUGAR QUE LA ENCONTRÓ COMO
SÍNTOMA DE CIVISMO.>>
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