sábado, 2 de octubre de 2021

Chirimoya

"Tell me liesTell me sweet little lies"
"Although I'm not making plans
I hope that you understand there's a reason why
Close your,
Close your,
Close your eyes"
 "Little Lies" (1987), FLEETWOOD MAC
 

 

¿0?

                Nos conocimos en una de esas roñosas webs de citas cutres diseñadas especialmente para nosotros: gente fea, mediocre, solitaria (más bien sin vida social), pobre y anclada en una inercia existencial donde importa más tomar una decisión que hacia donde te lleve.

Fue fácil descartar. Entre tanto galán acosador, insultos, fotopollas y faltas de ortografía, él parecía el tipo más sincero y sencillo: sin quebraderos de cabeza, tomemos un café y ya decidiremos el nombre de nuestros diez hijos. Humor canallita pero sutil.

Concertamos vernos esa misma noche. La crisis de los treintaymuchos entrando por la puerta. Ni me acordé de mirarle la foto detenidamente... ¡Cita a ciegas involuntaria! Tenía café en casa pero se me había estropeado la cafetera así que nos deleitamos con unas jugosas chirimoyas. De su boca pendían las impolutas semillas hasta que repiqueteaban en el plato. Ningún rastro de carne las envolvía. No se limpiaba los labios viscosos. Muy buena señal.

Decidí abrirme. Le hablé de mí, del cabrón de mi ex. Se largo y se llevó incluso el Monopoli que le regalé pero que solo yo utilizaba con mis amigas del curro. Hijo de puta. Ah, sí, y me engañó con una de ellas, la que no sabía jugar y venía solo para pimplarse mi mini bar. Hija de puta. Él, estoico: vaya hijos de puta. Ya estábamos de acuerdo en algo.

De las chirimoyas no dijo nada; le pregunté y me respondió que <<bonita casa>> mientras perdía la mirada por el gotelé. Eso me molestó pero no insistí. No me miró mucho, parecía incómodo, como un niño apunto de cagarse encima porque tiene miedo de levantar la mano para pedir permiso en medio de la clase. Y todo eso que cuando le abrí la puerta parecía un semental muy seguro, un Bertín Osborne de los que te miran a los ojos mientras te desnudan con la labia. Me torturé un poco más: ¿En una web de pago me habrían garantizado el no estar con una persona similar? ¿Habría reembolso en caso de que me pegara mocos bajo la mesa o no tirara de la cadena del baño?

No sé que le estaría pasando por aquella cabeza esquiva pero yo no podía aguantar más.

- Hagámoslo - Eres patética pero por lo menos tienes más huevos que él, pensé.

Le arrastré hasta mi cama. Preliminares sosos de parvulario. Él, de repente, mareado, sentado en el borde de la cama con las manos en la sien. Macabramente compungida, me senté junto a él. << No puedo...>>. Se le paró el asunto.

- ... no puedo si no te pones de rodillas, sucia putita.

Bingo.

 

1.

                Hoy es el día de Navidad. Hace un mes recibió como regalo de cumpleaños un manual de travesuras adultas y de comportamiento femenino, el best seller que hemos decidido entre todas que da para paja. El Amo (Paco, Paquito para los amigos) tuvo ese detalle. Es generoso para lo poco que tiene.

                Repentinamente, ha vuelto a desaparecer. No es la primera vez... Persigue sus epifanías antes de olvidarlas. El Amo ha olvidado que hoy tenía que darle algo especial, interesante. El Amo se imagina ante los cárnicos del supermercado. Extiende la mano: un chorizo picante. Lo que no sabe realmente es para quién... ni qué uso le dará. Tira dos en la cesta mientras se mira en el espejo de una columna. Guapo: arriba, un viaje a Turquía amortizado; abajo, la perilla peleona; abajo, la chupa de cuero reluciente, ajustada. No refleja su cintura pero baja la vista: los vaqueros que siempre le marcan una poderosa erección descomunal, físicamente inalcanzable para él. Más abajo, las deportivas plateadas de futbito de su hijo adolescente. Guapo.

Claro que cenaré en casa, amor. Qué ganas tengo de ver a mis suegros. Me queda ya poco trabajo. Jefes nuevos, ya sabes. Tendré que tomar algo con ellos a la salida. Son de los que no aceptan un no por respuesta. Lo sé, tranquila; no beberé más que gaseosa. ¿Las nueve y media es buena hora para cenar, no? Le responden que sí, se despide y cuelga. Le entrega a la cajera el móvil y se guarda las monedas. Patoso. Intenta revertir la operación pero, de pronto, vibra encima de la caja registradora. Nervioso. Empieza ya a sudar. Ansiedad. ¿Quién era? ¿Su mujer? Cuelga sin mirar. Está trabajando.

 

2.

                2011. El furor de 50 sombras de Grey, -un texto conreado por una señora de 70 años (perdón, una adolescente de 48 años para mi sorpresa)-, consigue que los instintos sexuales de las mujeres menopáusicas se reblandezcan hasta un estado dúctil de sumisión. Las ventanas de las puertas de las salas de cine donde se proyecta la película quedan empañadas de vaho. Los asientos pegajosos quedarán como recuerdo de una generación. Algunas, incluso, hasta dejan pepinos en la escena del crimen. Solo era cuestión de tiempo que la gente, ante los precios inclementes de las porquerías de los cines, empezara a traerse de casa snacks más sanos y utilitarios. Por su parte, las más doctas y menos atrevidas, se inspiran en la insípida lectura para reavivar sus estancadas y rutilantes relaciones. Algunas de las páginas quedarán misteriosamente atrapadas para siempre.

*

                Ella, divorciada: la engañaban. Él casado, padre orgulloso en un matrimonio perfecto: donde solo ves a tu esposa e hijo a las nueve de la noche a mesa parada después de un intenso día de trabajo, sin tiempo para intimar. Hacía años que le habían reducido el turno a media jornada aunque no era algo que su familia necesitase saber.

*

                En la cama: ella 16 años, él 10. Él dijo que no quería acostarse tan pronto, ella que se acostaría con él a cambio de cosas. Ante la negativa, la niñera, que si no hacía lo que ella dijera, sus padres descubrirían que se inserta sus tazos y figuritas de Pokémon por la cavidad anal. La niñera salió lujuriosa.

A veces está bien cambiar de aires.

 

3.

                Parece ser que el paso del tiempo les ha fortalecido. Dejando atrás las vulgaridades, han dado paso a una relación real y moderna. ¡Ella es novia! ¡Por fin! ¡Aún quedan hombres decentes! Hombres decentes que te hacen creer que no eres una simple amante, nada que ver con un simple polvo amargo recurrente, nada que ver con una desesperación fisiológica proyectada por la daga mortal que sostiene la acechante soledad desde las sombras del tiempo. Nada de eso. Sin embargo,  no es una pareja cualquiera: es una pareja moderna, dispuesta a experimentar y ceder todo el terreno que precise la otra parte, obviamente, si no le pides ninguna mariconada, claro. ¿A ti no te gustaban las mujeres? No me digas que no disfrutaste de la compañía de aquella guineana de instinto caníbal junto a la puerca grasienta hedionda. No eran exactamente mis amigas pero lo importante es que lo pasamos todos bien, ¿verdad? Je, je... Venga, mujer, no seas paranoica. Estaban más limpias que el día que me vomitaste encima. Ya, ya sé que te la entré más allá de la campanilla sin darme cuenta. Todos cometemos errores.

*

                Que me levante separándome las piernas, los muslos, los labios, de arriba, de abajo, que los deshaga a embestidas. Nunca pensé que acabaría acostumbrándome, sobre todo a lo del dedo por el culo, pero soy una campeona nata. Me haré la dormida un poco más a pesar de que me muero de impaciencia... No quiero estropear la sorpresa de hoy. Puede que hoy repita lo de "vaya culo warra" mientras observa cómo estimulo la liquidez del país, desde el baño, sentada, imprimiendo billetes (marrones).

Transcurridos unos veinte minutos, abre los ojos en la penumbra de la habitación insonorizada. De la puerta entreabierta emanan algunas caricias de sol. Voltea la cabeza hacia Paco, pero Paco no está. Las que sí que están son las ligaduras que penden de sus muñecas a los postes de la cama.

Ya estamos otra vez... Al Amo le gusta hacerme sufrir de formas innecesarias. Encima deja la puerta entreabierta para anunciarme que no está en casa. Vaya por dios. Un momento. Qué es ese ruido... ¿Viene de la escalera? ¿Pero éste apartamento no estaba insonorizado? Sin duda tiene que ser el viejo del último piso que se gira siempre para mirarme el culo después de haberme sobado las tetas con sus viciosas pupilas; por muchas gafas de sol que lleve, es innegable. ¿Ha vuelto a olvidar cerrar la puerta de casa? ¿Y sí entrara algui... ?

*

                Comienzan los pesados y resonantes pasos ascendentes de un jubilado alemán. Cada paso deja que expire el eco de su antecesor como un viejo reloj de péndulo.

- Ich kann es nicht abholen, wenn es nicht da ist. Ich muss mich beherrschen...

La risita solitaria del Sr. Sherman conmueve las roídas paredes del descansillo. Un suspiro apesadumbrado final la acompaña. Cede su peso sobre una puerta y desaparece. El rabillo del ojo centelleante de una mirilla desaparece con él.

*

                <<¿Por un momento me he planteado subir 4 pisos para esta mierda que se habrá comprado? Y, además, ¿pasar por delante del picadero que se han montado esos perturbados? ¡Venga ya! Con lo feminista que soy solo me faltaba escuchar gritos de socorro y ayuda mientras enculan a la pava y gime... Ya le vale tanto frivolizar el maltrato. ¿Y la jodida empatía? Hijos de puta... Ups -sopesa el paquete y lo agita-. ¿Qué será... un yogur o una papilla? A tomar por culo.>>  

El paquete parece que flote mientras desciende por el hueco de la escalera. ¡PLOF! Por la puerta desaparece una sonrisa maliciosa.

 

 

4.

                Mearse encima era una cuestión infantil que no recordaba. En su caso, fue acrecentado por terrores nocturnos: figuras vaporosas que emanaban desde cualquier recinto oscuro y cerrado en busca de los orificios de su cuerpo. ¿Qué estaría soñando la Yo dormida de mi sueño?, llegó a preguntarse durante una sesión de terapia, que si esto le serviría para algo. Funcionó... por ahora.

Pero, si la situación perduraba, muy pronto se desataría una epifanía húmeda con la que podían resurgir gratos recuerdos del fondo del baúl. Aunque, claro, tener líquido a mano no era tan mala idea en su situación. Podía salvarla de morir abrasada en un incendio o usarlo para hidratarse. Seguro sabe a Monster, pensó.

Empezaban a gruñir osos en su tripa. La cena del día anterior no había sido copiosa ni saciante. Un mero preparativo para la cena de Navidad de esa misma noche. Los ayunos intermitentes no eran lo suyo. El sol, por su parte, ya pretendía hacer el amago de desvanecerse. Se le veía cansado. Todo el mundo merece descansar.

De todas maneras, el colchón acabó por humedecerse entre sudores y el cabello graso empezó a expandirse por la sala. Era de duchas matutinas sin excepciones (salvo esta, claro). El lienzo empezaba a cobrar forma.

 

                Desde el centro de la impotencia, inició un intento para destensar el juego de cuerdas estirando sus prolongaciones hacia el techo. <<Vaya,...>.  Desde una repisa, el título de un libro pareció adquirir una mirada imponente. <<... El juego de Gerald. Ese aún no me lo he leído. Regalo de San Valentín de Paco (un libro de su infancia, según me confesó). No leo mucho pero dicen que hay libros que encierran sabidurías de las que ya no se habla y que te podrían sacar de apuros como estos. O a lo mejor eso lo dice la gente que no ha leído en su vida para que hagamos el memo un rato.>>

A pesar de que su curtido esfínter mostraba impropios conatos de rebeldía, pocos premios podrá dar la máquina si está cerrado el bar. Más arriba, una pequeña guarnición de gotas de sudor apostadas en su frente amenazaron con deslizarse hacia sus ojos indefensos como tiradas de un ludópata en la ruleta. Pasaron por encima de los párpados abiertos creando un llanto improvisado.

 

                Se sentía como en la cresta de una ola gigante, en medio de la nada. La confundía pensar porque ya no entendía para que lo iba a necesitar. La ola la dejó en una orilla. Una orilla yerma, excepto por...

*

                Un detalle. Un detalle que surgió de la isla... ¿y fue arrastrado a la realidad? Algo inquietante: había, a los pies de la cama, un baúl tan ancho como la misma, donde cabría sin duda, una persona, un gas, un ente gaseoso... ¿Desde cuándo y para qué estaba destinado? Con los ojos comiendo techo, rebobinó: Recuerdo ensamblar esta cama junto a Paco, con nuestras manos aristocráticas. Sorprendida estoy de su resistencia después de todo lo que ha soportado. Un segundo... Mentira. El primer paso de montaje para Paco "El Eficiente" fue tirar las instrucciones porque él ya sabía de qué iba el tema. Cinco horas más tarde, cansados de meter clavos y tuercas erróneamente, desfigurando agujeros y puntas, llamé a un albañil.

 

                Un cuchillo de hielo la recorrió de arriba a abajo. Los helados habían pasado de ser amantes a obsesión de odio. Inclinarse en el congelador había causado el mismo destrozo vertebral que toda una vida recogiendo fresas. El dolor permanecía al aguantar mucho tiempo en decúbito.

De repente, el cuchillo pasó al tímpano. Un estruendo empezó a brotar desde abajo. Su cabeza empezó a virar frenéticamente sin resultados hasta que se dio cuenta de que no podría hacer nada ante un peligro inminente. El sonido se volvió un rugido ebrio. No entendía nada. Aquello no podía ser real. Las piernas se volvieron tan trémulas que consiguió desatarlas. Todo gracias a conservar sus piernas de nadadora (nunca supo nadar con las manos). Sin ningún ápice de respeto al sentido común, bajó los pies al frío suelo -aunque su tren superior sufriera contorsiones bruscas en el proceso-. Tanteo con los dedos de los pies en busca del intruso de otro planeta. Desgraciadamente se topó con un sujeto extranjero: el Xiaomi. Con sus dotes de yoga, consiguió sostenerlo delante de su cara para disfrutar del impacto que había estallado la pantalla. Con vagas esperanzas, pulsó el botón de desbloqueo con el dedo gordo del pie. ¡Eureka! Pudo llamar al Amo pero, éste, le colgó sin más al segundo tono. No le cupo duda de que sus intenciones eran premeditadas. Pensó en qué había podido haber hecho para enfadarle de esa manera. Dejó el teléfono reposando encima de la cama. Pensó en volver a llamar a alguien pero optó por no escandalizarse. Todo era un juego, otro de nuestros juegos. Dejó caer su cabeza en la almohada desde toda la altura que pudo, con los párpados tan pesados que se resigno a entrar a una especie de desvanecimiento.

Inmediatamente a esto, recibió una llamada con extrañeza, lejana, pues era ella quién las hacía siempre. Pensó lentamente que esto ya era demasiada coincidencia. Sin darse cuenta, la deshidratación empezaba a dejar una mella irreversible. Un mareo la azotó y el móvil volvió a desaparecer de su rango de visión al dormírsele algunos dedos con los que lo estaba trayendo hacia su cara de nuevo.

 

                El altavoz sonaba extraño, sin delicadeza; una interferencia escurridiza dio paso a una voz metálica pero reconocible:

<<Cariño, he de confesarme: te he mentido. Te engañé y lo negué siempre...>>

Las lacerantes palabras de su expareja la conmovieron y la deformaron, convirtiendo su rostro en una mueca húmeda. Por fin escuchaba lo que necesitaba -desde hacía mucho tiempo-. Emociones. Por fin, lágrimas reales. Un poco de fuego en un desierto de hielo. La llamada se evaporó sin consumar la frase.

 

                Cuando reconquistó la cordura, recuperó el teléfono. Automáticamente, surgió una nueva notificación. Ésta chocaba frontalmente con la anterior; fue recibida con desagrado. No era del Amo, su pareja: era de su amante. ¿Cómo había podido convertirse en lo que más odiaba?

Entre las palabras de aquella despedida prolongada e imprecisa, subrepticio, quedamente, un viaje de no retorno, el anuncio de un fin presumiblemente violento. Un terrorista encubierto. Otro nudo desatado. ¿Quién le quedaba por destripar sus entrañas? Quién... le quedaba, realmente.

 

                La batería exhaló su último respiro y la pantalla feneció. Había perdido un tiempo precioso con el que ya no podría pedir un kebab a domicilio. Aunque lo que la castigaba firmemente era la deshidratación. No podía parar de sentir la aridez de su boca, pastosa, el amargo sabor del esputo. Era como si el mundo entero se hubiera puesto en contra de ella para abandonarla en aquella cama. Empezó a girar la cabeza en círculos en un intento por perder la consciencia pero solo consiguió acabar vomitándose encima. Aclaró su cavidad bucal con unos cuantos escupitajos que -apuntando a la pared- llegaron al cobertor a duras penas. Mirada perdida. Sintió como todo su sistema cerebral había sido sustituido por uno de tuberías y escuchaba el agua pasar. Y sentía que se estaba llenando -el vacio-. El nivel del agua empezaba a ahogar.

Un suspiro hondo. Abrió la puerta del silencio con la llave de la impotencia. Un grito sordo recorrió su árida y traqueteante garganta. Toda la rabia del mundo acumulada en un sonido roto. La posesión de la locura, las contorsiones de la muerte, el reflejo de la desesperanza, el gas saliendo por todos sus poros, por todos sus orificios. Empezó a estampar sus pies en los postes con tan mala pata que rompió la barrera del dolor hasta llegar a la más absoluta agonía. Decidió morderse los labios hasta el sangrado y hematoma. Luego, apretó la mandíbula y tensó las muñecas con toda su fuerza. Luego, masticó sus dientes. Se revolvió con tal violencia que acabó por dislocarse ambos brazos. Qué más daba ya.

 

 

5.

                En la misma calle de nuestros acontecimientos, un coche inyecta una velocidad macabra en sus ruedas. Una bala saliendo por el cañón. El peatón vuela por los aires, crujiendo el cristal, desapareciendo por encima de la carrocería hasta aplastar sus entrañas sobre el asfalto y quedar reducido a un inútil trapo sanguinolento.

Momentos antes, una mujer al final de la calle, mirando la finca, espiando el piso del vicio desde la seguridad tenebrosa de su vehículo, como tantas veces había hecho; coleccionando, pues, las mentiras de su matrimonio, el fracaso de una vida, el desfallecimiento del compromiso y, lo más importante, la violación de sus sentimientos.

Mientras tanto, la programación de la radio, ajena a todas las realidades, seguía con el regocijo de las fiestas.

<<¡Jo-jo-jo, feliz Navidad! Muchos regalos os esperarán en el árbol. ¿No es cierto, niños?>>. Un puñetazo certero la dejó inservible. Empezó a trinchar el tapizado con la uñas, a marcar el salpicadero. Allí estaba. Un barrio poco concurrido... excepto por su marido -... si eso significaba algo-. E-esa dónde estará... Pero mejor, tú primero. Vicioso... ¿un fuet? Vicioso repugnante. ¿Cabrá en tu garganta retorcida, ahogada en un río de sangre?

*

                Con todo su ser concentrado en aquel estado de colisión, el derrape y los posteriores chirridos de las ruedas sobre el asfalto, llegó a su tímpano como el aleteo defectuoso de una mosca en la habitación contigua. Desde el resguardo de los vehículos aparcados, un peatón de calzado llamativo con un chorizo en la mano accede al paso de cebra. Y vino lo que vino. El vicio de los peatones...

               

                Minutos después, desde la cama, pudo escuchar el murmullo de la puerta. Su amante, hombre de Allah, sufrió un atentado. No podía ser él buscando una reconciliación o una despedida carnívora. O podía ser Paco, por fin. O... el gas, ausentado de la estancia durante su inconsciencia para ir a picar algo de la nevera. O el gato de la vecina, o la vecina cleptómana robando el tarrito de la sal, decorado con el relieve de un surfero comiendo una ensaimada mientras conquista una ola, adquirido en Mallorca.

 

FINAL I: ARMA DE CHEJOV

                Su lengua escrutó el paladar en busca del nombre que iba a liberarla de la pesadilla. Tras varias pasadas, objetó la revelación de su mente y tragó la poca saliva que le quedaba dolorosamente. Había más de una posibilidad y la mayoría no eran enternecedoras. No había escuchado la llave ejecutar el mecanismo de la cerradura. Revelar mi posición, aunque fuera una vecina robándome un mondadientes, no es adecuado. La puerta podría haber estado abierta todo éste tiempo, regurgitó. La inquietud y la expectación por lo que entraría por la puerta densaron el ambiente.

La figura de ojos tintados en sangre irrumpió. Luego se revelaron sus tensos músculos, el rostro hambriento, de mandíbula desencajada y espumosa. Eso masticó mis últimas palabras con una voz fantasmal.

- Perdón que te pille en un mal momento. Mi marido acaba de sufrir un accidente y su amante... -vaciló-... aún no.

Bajo la sombra de su rostro de animal rabioso, una chirimoya inmadura pendía de sus manos como una ofrenda, lista para desfigurarme la cara a golpes.

Un furioso golpe fragmentó el cráneo dejando el cerebro expuesto. La cabeza ladeada sobre la almohada, aunque no sintiera nada salvo retumbos, podía captar en el cristal como desparramaban sus ideas y el gozo visceral que esto producía en su atacante.

 

 

FINAL II: SALVACIÓN

                Abrí los ojos con cautela mientras escuchaba dulces palabras alemanas, vocalizadas con un sosiego, cálido e hipnótico, una espiral embelesante que se adentraba por mi canal auditivo como un líquido.

Si no se entregaba un paquete, se podía entregar otro. De otra índole. Eso bien lo sabía Sherman. El pensamiento planeaba por su cabeza como un águila aguzando la vista para encontrar su presa. Cómo aquella vez... Sí, sí que lo sabía bien. Su cuerpo empezaba a embarcarse en el recuerdo. Empezaba a subir una súbita erección. Pero el corazón se vio sobrecargado y paró allí mismo.

*

                Les habían prometido mujeres. Y las había, a raudales, sin encanto, comidas por las chinches, harapientas, abrigadas de frío, cargando a bebes y portando de la mano niños desnutridos, pegadas a las paredes o en el suelo a la merced de fuegos raquíticos, pidiendo limosna o ya sin la capacidad de pedir.

Pero no todo iba a ser pensar en las deprimentes derrotas de la guerra, había que acopiar fuerzas para lo que pudiera venir. Hasta un compañero herido era también una oportunidad de tomar un sedante la mar de satisfactorio para las eternas noches en vela. Su pierna no volvería pero el sueño sí. El efecto tardaría un rato. El resto del pelotón se disponía a explorar la vida nocturna. No cabía opción más que acompañarlos.

Era una noche despreciable: calles desiertas, casas sin luz, calles sin casas, calles sin calles. Solo quedaba un esbozo de lo que había sido una de las ciudades más relevantes y encantadoras del mundo. Eran un grupo de fantasmas atravesando el Tártaro. El relente nocturno enternecía los huesos como un sollozo amargo.

Y, como si no fuera posible, una taberna con luz, desprendiendo cantos jubilosos ebrios alemanes, que estaría encantados de recibirles.

Una vez emponzoñado con el éxtasis del vino, salió de la taberna a tomar el aire. Desde la acera contraria, apoyada bajo el resplandor de la única farola de la calle,  una señorita solitaria. El humo acariciaba sus labios como si no quisiera escaparse. Su mirada ojerosa era esquiva pero juguetona. A pesar de que en toda guerra había trincheras más allá del campo de batalla, ella parecía llevar la suya de forma divertida.

Nadie más parecía ser partícipe de la escena. El viento jugueteó con la falda y ella atravesó su mirada retándolo; una invitación a seguir sus pasos obscenos y descuidados por calles húmedas y tenebrosas. De reojo vigilaba que su captura no le perdiera de vista, relamiéndose. Un juego de luces y sombras. Mientras él coleccionaba sus pasos, aquella fascinante mujer parecía desaparecer con cada sombra, tras cada explosión de humo fantasmal, palidecer.

Torció la esquina y la perdió de vista. Un dedo índice que se plegaba deliciosamente hacia la palma le mostraba el camino.

Se paró delante de las escaleras que conducían al rellano de un bajo y empezó a descender tanteando la oscuridad macabra. Pudo ver a duras penas sus piernas tiradas sobre pilas de periódicos arrugados. Las manos subían la falda tímidamente hasta las rodillas. El resto de su cuerpo, sumergido en la sombra, testigo mudo.

Cuando acabó el  acto, la Luna lo enfocaba concernida. Cogió aquella ligera figura y expuso su belleza en plenitud. La calavera viscosa medio comida por las ratas supuraba un líquido amarillento burbujeante de las cuencas de los ojos vacías. Y una frialdad le recorrió el corazón. Entró en un estado catatónico.

*

                Allí se quedó, parado, totalmente congelado.

Clareó su borrosa vista. Recostada en el umbral de la puerta, la mirada escrutadora de la vecina. La mano juguetona sobre su pelvis, agitada. Y cada vez más. Y, luego, un sonido irreal. Porque antes no había sonidos. ¿Pero qué eran esos golpes amortiguados y cuál era su procedencia? De... ¿dentro de mí? Mi cabeza retumbaba, sin más, y todo era real y todo era el ángel de la muerte abrazándome con brazos de espinas en mis ojos todo negro y rojo y ya no pasaba nada solo aquel sonido viscoso y repetitivo y eran los golpes y eran y, y, y, luego, luego, y...

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