Dijo <<en quince minutos la tendrá>> aunque
quisiera decir cuarenta. La demora resultó inocua para el individuo de sombrero
de cowboy que estaba sentado sobre
uno de los taburetes de la barra del restaurante.
-Aquí tiene -interrumpió educadamente la letárgica espera un
empleado de aspecto afable que llevaba consigo una caja de cartón-. Perdone la
espera -se disculpó.
El hombre, quebradas sus divagaciones extrasensoriales, puso suma atención a la caja: la miraba con
recelo, como si creyera que había venido
flotando. Incluso pensaba que el propio contenido se habría cocinado a sí
mismo. A todo esto se le sumaba esa mirada perdida que evidenciaba un estrabismo pronunciado. El empleado sentía que nada de lo que había dicho y
hecho había sido percibido por aquel estrambótico individuo de sombrero de cowboy y de facciones derretidas. Se
sentía tan fuera de lugar como el propio tipo, que más bien ni si quiera estaba allí.
Poco tiempo
después de estos acontecimientos desconcertantes, entregó la caja sobre la
cerámica de la barra. Meticulosamente, el cliente, la colocó delante de sí
y la abrió por completo. Exhalo un aroma inexistente intentando deleitarse
cerrando los ojos. Luego, ejecutó unos insolentes dedazos sobre el queso
fundido. Se recreaba en ello como un niño, mutilando condimentos con sus dedos
raquíticos, dejando huella. De pronto paró. Su rostro se volvió más insípido e
ambiguo. Parecía que su corazón se hubiera congelado. No lo sentía. El dependiente tampoco.
- Está fría. Callada como la nieve. Fría. Sólo fría -titubeo
con palabras descompasadas.
- Podrías incluso hacer ángeles... de nieve.
- Y elevarme con ellos -sintió sus palabras como una
verdadera epifanía.