Cerca del agua hay dos personas. Se podría decir de él que
es un amante de la sensación de la arena en la nuca y el pelo. Ella, por su
parte, se encuentra recostada, soportando su cabeza con la mano, en una
posición idónea para contemplar el esperpéntico espectáculo; mientras, esconde
un michelín rebelde en las caricias de la toalla mediante torsiones incómodas
del cuerpo. El rostro sereno de él refulge de plenitud; mantiene los ojos
cerrados. Ella, por su parte, sonríe desmesuradamente sin parar tras sus gafas
de sol negras y misteriosas.
Sobre el cielo despejado, una gaviota desafía el viento
artificialmente. Todo parecido con la realidad es mera coincidencia. A simple
vista no se le detecta el cable acoplado en la espalda, pero deberá estar ahí.
Un mozo en su tumbona se rasca el bajo vientre con poca
moderación mientras sostiene algo con las manos. Podría ser un libro pero para él no sabemos
qué es. A su lado pasa un niño con una tabla de surf verde chillón, que se
adentra al mar tumbado con bastante pericia. Unas bollas (amarillas: cerca; rojas: lejos) enmarcan la zona segura para los bañistas.
Una señora que estaba entre la pareja y el mozo lector abandona la playa por el camino de
madera, silla en mano. Esta sí que estaba leyendo indiscutiblemente. La huída
de la señora contagia a la pareja, que desempolva sus posesiones y cubre su
semidesnudez con ropajes.
Todo
este teatro lo presencian desde dos bancos del paseo marítimo, un anciano y,
otro adulto -cincuenta años más joven- que había decidido merendar observando las
mareas, repasando su libreta rellena de apuntes de la historia de la Grecia
Antigua y siendo perturbado por los viandantes que caminan a sus espaldas.
Cuando esto último sucede, los músculos de su cuello se petrifican, sobretodo
en la nuca; se masajea la zona con ternura para aliviar a la tensión.
¿Pretenderá el niño llegar hasta la roja?
Desaparecen
todas las sombrillas. Las cañas de pesca empiezan a remplazarlas.
Para ser mediados de septiembre, conservar en el ambiente la
frescura de la lluvia del día anterior y tener el ocaso en actitud amenazante,
sigue habiendo bastante movimiento. Los socorrista ya hace tiempo que no
trabajan.
Casi en el precipicio del horizonte, una embarcación pequeña
ara el agua. El niño pone de manifiesto el material de su transporte marítimo;
el sonido molesto del corcho frotado y golpeado agita los tímpanos. Una persona
de casi media edad toma varias duchas de cuerpo entero delante del adulto joven observador del banco,
intimidándolo severamente; tanto que casi desaparece. Ella parece insistir divertida.
La playa
iguala a todos. El anciano recibe compañía. Desde el banco, disfrutan de unas
vistas cada vez más tenues con pasividad. Comparten un par de frases vagas y
manidas y le devuelven el turno al silencio. Parece el resultado de una vida bien llevada que empieza a disfrutarse
ahora. ¿No sería triste?
Un renacuajo escupe en el suelo. Desde la terraza de un bar
cercano se arremolinan voces veteranas y mesetarias de alabanza al último
dictador y condena al desastre que es hoy en día la patria querida. "Para
bien o para mal, ganó una guerra", sentencia.
13-09-2018, Bellreguard
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