domingo, 12 de julio de 2020

13-09-2018, Bellreguard

                  Cerca del agua hay dos personas. Se podría decir de él que es un amante de la sensación de la arena en la nuca y el pelo. Ella, por su parte, se encuentra recostada, soportando su cabeza con la mano, en una posición idónea para contemplar el esperpéntico espectáculo; mientras, esconde un michelín rebelde en las caricias de la toalla mediante torsiones incómodas del cuerpo. El rostro sereno de él refulge de plenitud; mantiene los ojos cerrados. Ella, por su parte, sonríe desmesuradamente sin parar tras sus gafas de sol negras y misteriosas.
Sobre el cielo despejado, una gaviota desafía el viento artificialmente. Todo parecido con la realidad es mera coincidencia. A simple vista no se le detecta el cable acoplado en la espalda, pero deberá estar ahí.
Un mozo en su tumbona se rasca el bajo vientre con poca moderación mientras sostiene algo con las manos.  Podría ser un libro pero para él no sabemos qué es. A su lado pasa un niño con una tabla de surf verde chillón, que se adentra al mar tumbado con bastante pericia. Unas bollas (amarillas: cerca; rojas: lejos) enmarcan la zona segura para los bañistas.
Una señora que estaba entre la pareja y el mozo lector abandona la playa por el camino de madera, silla en mano. Esta sí que estaba leyendo indiscutiblemente. La huída de la señora contagia a la pareja, que desempolva sus posesiones y cubre su semidesnudez con ropajes. 

               Todo este teatro lo presencian desde dos bancos del paseo marítimo, un anciano y, otro adulto -cincuenta años más joven- que había decidido merendar observando las mareas, repasando su libreta rellena de apuntes de la historia de la Grecia Antigua y siendo perturbado por los viandantes que caminan a sus espaldas. Cuando esto último sucede, los músculos de su cuello se petrifican, sobretodo en la nuca; se masajea la zona con ternura para aliviar a la tensión. ¿Pretenderá el niño llegar hasta la roja?

               Desaparecen todas las sombrillas. Las cañas de pesca empiezan a remplazarlas.
Para ser mediados de septiembre, conservar en el ambiente la frescura de la lluvia del día anterior y tener el ocaso en actitud amenazante, sigue habiendo bastante movimiento. Los socorrista ya hace tiempo que no trabajan.
Casi en el precipicio del horizonte, una embarcación pequeña ara el agua. El niño pone de manifiesto el material de su transporte marítimo; el sonido molesto del corcho frotado y golpeado agita los tímpanos. Una persona de casi media edad toma varias duchas de cuerpo entero delante del adulto joven observador del banco, intimidándolo severamente; tanto que casi desaparece.  Ella parece insistir divertida.

               La playa iguala a todos. El anciano recibe compañía. Desde el banco, disfrutan de unas vistas cada vez más tenues con pasividad. Comparten un par de frases vagas y manidas y le devuelven el turno al silencio. Parece el resultado de una vida bien llevada que empieza a disfrutarse ahora. ¿No sería triste?
Un renacuajo escupe en el suelo. Desde la terraza de un bar cercano se arremolinan voces veteranas y mesetarias de alabanza al último dictador y condena al desastre que es hoy en día la patria querida. "Para bien o para mal, ganó una guerra", sentencia.

13-09-2018, Bellreguard

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