sábado, 7 de octubre de 2017

Le vie et la mort d'un enfant

Vida: 1-2-97

   En un baño de un barrio deprimente, una mujer desnuda dentro de las aguas de su bañera se inyecta heroína en vena. Mientras la sustancia conquista su circuito sanguíneo, va dejando atrás la tensión que la constreñía. Sus fauces sueltan lentamente el cordel plastificado que estaba amarrado de su brazo, por el cual brota un hilillo de sangre desde la incisión de la aguja. Sus ojos se quedan en blanco y su cuerpo se desvanece hasta quedar soportado por los bordes de la bañera.

   Han pasado unas 5 horas y por fin sus ojos vuelven a su posición natural. Toda su piel está arrugada y el tacto es desagradable. Aún se siente aturdida y distante a la realidad tal cual la conocemos. Siente una contracción en su abultada barriga. Algo la llama a sentarse sobre el borde, dejando los pies dentro del agua.

   Más tarde, unos llantos, sangre, dolor. Otra cuerda, esta vez, de carne, y con ella, una criatura indefensa amanece en el mundo. Lo sumerge en el agua y lo limpia superficialmente. Sus extremidades diminutas no cesan el movimiento, como si hubieran estado maniatadas una eternidad.

   Después de observar la creación, lo reposa sobre su pecho y comienza a caminar taciturna, empapada y como Dios la trajo al mundo hasta una silla del comedor. Allí se sienta entre sus brazos mientras el agua rodea la silla, como si el rumbo de su vida fuera a cambiar a partir de ese momento, de esa sonrisa real que se le escabulle entre la droga, de esa tranquilidad cálida que le transmite el neonato con el contacto con su piel. Ya más tranquilo, lo deja dormir, porque la vida en este mundo es muy larga y hay que esperar el turno de las cosas; cada hacer tiene su momento.

   El niño vuelve a la carga con sus berridos y la madre, sin contar con ningún conocimiento parental, sabe exactamente que esa criatura celestial necesita comida. Hace el amago de desnudar sus pechos pero su mano no encuentra ningún impedimento salvo su propia piel. Acerca al niño al seno y con la mano gira su cabeza amorosamente hasta que sus labios contactan con la aureola. El querubín empieza a succionar y el líquido lo estremece hasta dejarlo manso sobre su manos.

   Siente una contracción en su estómago, otra en la pierna, después en la lengua. Una lágrima se derrama por su cara. Cierra los ojos amargamente y los labios se le descomponen. Instintivamente, prevé lo peor. De su boca empieza a brollar espuma y sus ojos se muestran blancos otra vez. Todo su cuerpo se agita. En un último soplo de vida, se recuesta en la silla y coge con fuerza la criatura mientras siguen las contracciones para que no estrellarlo sobre el suelo. El niño sigue comiendo. El líquido blanco resbala por el abdomen hasta perderse dentro de los labios vaginales.

   Un llanto ahogado residirá en la casa durante días y luego se apagará.

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