domingo, 16 de agosto de 2020

Kristina con K

            Kristina empezó a joderlo todo

Como de costumbre, se replegó el pelo en una coleta, se anudó el delantal y se propuso mentalmente sacar la mejor versión de sí misma.  A continuación, sorteo los otros empleados con inaudibles saludos desde su cabeza gacha y centrada, las cucarachas que se concentraban expectantes entre las cajas de cerveza y al pesado de turno (que no veneraba las películas de Marvel como ella desearía). <<Usted es una onomatopeya constante. Por favor, aléjese de mí.>>, sentenció Kristina marchándose  frenéticamente de éste último, volviéndose esporádicamente en mitad del pasillo y añadiendo un ¡jum! de supremacía, un punto y final irónico. De las catacumbas donde vivía aquel ogro simpático extrajo, a parte de un chiste suficientemente malo para renunciar al trabajo tirándose debajo de la rueda de un coche en llamas que circula a 200 Km/h, todas sus verduritas y chorradas que necesitaría para preparar su arte.

Kristina alzó la puerta horizontal del congelador del pasillo y extrajo de él una docena de panes que luego hornearía, mientras troceaba cebollas, tomates y carnes para otra ajetreada noche de ella y el pizzero, que no se molestaba ni en recoger los recipientes llenos que iba a necesitar.

- Aquí tiene, su majestad.

- Oh, no llore por mí, damisela.

- ¿Sabes qué? Trabajar en un restaurante puede ser emocionante, especialmente si te encargas de cortar la cebolla. ¡Aquí tienes tu puta cebolla, cabrón!

 

            Se perdió entre los fogones durante horas, acumulando sudor, estrés y alguna que otra quemadura.  Las comandas no paraban de insertarse en el tablón situado a la izquierda de su cabeza mientras los camareros vociferaban el escrito ilegible para escarnio de su víctima. Esta dinámica, que solo cesaba cuando tenía que escabullirse momentáneamente  para gorronear champiñones al pesado (único condimento que se cortaba él solito... alguna vez) y para revisar las vibraciones del móvil. Allí dentro, sus ojos refulgían conquistados por las llamas. K estaba más familiarizada con su nuca, pues, él, siempre se encontraba manipulando la pala, concentrado del cuidado del horno, que sobresalía de la parte izquierda de la sala. Un gran trabajador que después de más de media década seguía cobrando lo mismo.

- Me comentaste que estudiabas algo científico, ¿no? -dijo con su voz profunda y monótona -. Sabía que había química entre nosotros .

Estas palabras dejaron catatónica la mano de Kristina, que ya se estaba deslizando para alcanzar el recipiente de helado gris, reutilizado ahora como contenedor de champiñones. El pizzero siempre anotaba en el ambiente una predisposición generalizada para el asesinato en masa aunque, para K, él sería su única víctima. Un cuchillo de grandes dimensiones relucía, sugerente, en dirección a la mano ocupada de K. Qué lástima, qué lastima... tiene suerte.

 

            Y pasaba otra semana de mierda. Y allí se volvían a encontrar sometidas los dos cabezas de alcornoque. La estampa melancólica de los fines de semana.

K no podía esperar a llegar a casa para que su chucho peludo la impregnara de babas. C, por su parte, solo se veía cortándose la religiosa rodaja de limón que descendería entre burbujas de refresco de cola, compañero de una buena cena hecha por K.

C, en los últimos momentos de la noche, esgrimía un pañuelo... Es un arma bacteriológica; mi deteriorado sistema inmunológico, fruto de las prácticas universitarias, TFG y horarios imposibles, no podrá contener esta agresión... La nariz rojiza, claramente congestionada.

- Traidor.

- ¿Te lo has pasado bien?

 - Yuhuu - pronunció con apatía y amargura.

- Maravilloso entonces. Todos felices - C tiró el pañuelo a la papelera pero golpeó el borde. El pañuelo cayó al suelo, pesado. El borde viscoso parecía estar salibando.

 

            Una noche, C llegó a su casa especialmente cansado, hambriento y sediento, y eso ya era decir, pues era proclive a ello. El contenido de una botella de litro de agua desapareció rápidamente cuando C le dio un beso apasionado.

Ese día fue extraño. No hubo intercambio de palabras. La agitación del trabajo los sumergió en un estado autómata. Harto de los círculos condimentados y calentitos que hacían crecer la esfera que envolvía el estómago de una manera agradable, C se decantó aquella noche por algo más ligero -por lo menos en apariencia- y alargado; y, lo más importante, que no lo tuviera que hacer él.

Peculiarmente, esa noche, el bulto de plata ya estaba en la estantería metálica pero no había rastro de la artista. ¿Se habría marchado antes qué él? Eso nunca había pasado. Eso sí que es una traición. Me ha quitado el protagonismo de poder humillarla por terminar 5 minutos antes que ella...

Mientras desenvolvía la cena recostado en la silla de su habitación, con su refresco y su rodajita de limón a la vista, recordaba la situación que tenía pensado desencadenar aquel día:

- Lo que sientes por mí, palabra de cuatro letras, empieza por A...

- ¡ASCO!

 Observó como su dentadura había modificado la topografía del pan crujiente. Esta vez K se había dejado la piel en ello; lo había echado todo en el asador. Había dejado parte de ella en la cena. ¿Le había preparado un bocadillo encomiable? Sobresalía al resto de cenas que había probado por parte de K.

Me siento mal. Es como si me estuviera comiendo a K, literalmente y metafísicamente. Como si con el primer bocado hubiera empezado a formar parte de mí, como si K fuera más una sensación que otra cosa...


            La semana siguiente ya no volvió a aparecer por allí, dejando un vacío en el corazón del estómago.