sábado, 2 de octubre de 2021

Chirimoya

"Tell me liesTell me sweet little lies"
"Although I'm not making plans
I hope that you understand there's a reason why
Close your,
Close your,
Close your eyes"
 "Little Lies" (1987), FLEETWOOD MAC
 

 

¿0?

                Nos conocimos en una de esas roñosas webs de citas cutres diseñadas especialmente para nosotros: gente fea, mediocre, solitaria (más bien sin vida social), pobre y anclada en una inercia existencial donde importa más tomar una decisión que hacia donde te lleve.

Fue fácil descartar. Entre tanto galán acosador, insultos, fotopollas y faltas de ortografía, él parecía el tipo más sincero y sencillo: sin quebraderos de cabeza, tomemos un café y ya decidiremos el nombre de nuestros diez hijos. Humor canallita pero sutil.

Concertamos vernos esa misma noche. La crisis de los treintaymuchos entrando por la puerta. Ni me acordé de mirarle la foto detenidamente... ¡Cita a ciegas involuntaria! Tenía café en casa pero se me había estropeado la cafetera así que nos deleitamos con unas jugosas chirimoyas. De su boca pendían las impolutas semillas hasta que repiqueteaban en el plato. Ningún rastro de carne las envolvía. No se limpiaba los labios viscosos. Muy buena señal.

Decidí abrirme. Le hablé de mí, del cabrón de mi ex. Se largo y se llevó incluso el Monopoli que le regalé pero que solo yo utilizaba con mis amigas del curro. Hijo de puta. Ah, sí, y me engañó con una de ellas, la que no sabía jugar y venía solo para pimplarse mi mini bar. Hija de puta. Él, estoico: vaya hijos de puta. Ya estábamos de acuerdo en algo.

De las chirimoyas no dijo nada; le pregunté y me respondió que <<bonita casa>> mientras perdía la mirada por el gotelé. Eso me molestó pero no insistí. No me miró mucho, parecía incómodo, como un niño apunto de cagarse encima porque tiene miedo de levantar la mano para pedir permiso en medio de la clase. Y todo eso que cuando le abrí la puerta parecía un semental muy seguro, un Bertín Osborne de los que te miran a los ojos mientras te desnudan con la labia. Me torturé un poco más: ¿En una web de pago me habrían garantizado el no estar con una persona similar? ¿Habría reembolso en caso de que me pegara mocos bajo la mesa o no tirara de la cadena del baño?

No sé que le estaría pasando por aquella cabeza esquiva pero yo no podía aguantar más.

- Hagámoslo - Eres patética pero por lo menos tienes más huevos que él, pensé.

Le arrastré hasta mi cama. Preliminares sosos de parvulario. Él, de repente, mareado, sentado en el borde de la cama con las manos en la sien. Macabramente compungida, me senté junto a él. << No puedo...>>. Se le paró el asunto.

- ... no puedo si no te pones de rodillas, sucia putita.

Bingo.

 

1.

                Hoy es el día de Navidad. Hace un mes recibió como regalo de cumpleaños un manual de travesuras adultas y de comportamiento femenino, el best seller que hemos decidido entre todas que da para paja. El Amo (Paco, Paquito para los amigos) tuvo ese detalle. Es generoso para lo poco que tiene.

                Repentinamente, ha vuelto a desaparecer. No es la primera vez... Persigue sus epifanías antes de olvidarlas. El Amo ha olvidado que hoy tenía que darle algo especial, interesante. El Amo se imagina ante los cárnicos del supermercado. Extiende la mano: un chorizo picante. Lo que no sabe realmente es para quién... ni qué uso le dará. Tira dos en la cesta mientras se mira en el espejo de una columna. Guapo: arriba, un viaje a Turquía amortizado; abajo, la perilla peleona; abajo, la chupa de cuero reluciente, ajustada. No refleja su cintura pero baja la vista: los vaqueros que siempre le marcan una poderosa erección descomunal, físicamente inalcanzable para él. Más abajo, las deportivas plateadas de futbito de su hijo adolescente. Guapo.

Claro que cenaré en casa, amor. Qué ganas tengo de ver a mis suegros. Me queda ya poco trabajo. Jefes nuevos, ya sabes. Tendré que tomar algo con ellos a la salida. Son de los que no aceptan un no por respuesta. Lo sé, tranquila; no beberé más que gaseosa. ¿Las nueve y media es buena hora para cenar, no? Le responden que sí, se despide y cuelga. Le entrega a la cajera el móvil y se guarda las monedas. Patoso. Intenta revertir la operación pero, de pronto, vibra encima de la caja registradora. Nervioso. Empieza ya a sudar. Ansiedad. ¿Quién era? ¿Su mujer? Cuelga sin mirar. Está trabajando.

 

2.

                2011. El furor de 50 sombras de Grey, -un texto conreado por una señora de 70 años (perdón, una adolescente de 48 años para mi sorpresa)-, consigue que los instintos sexuales de las mujeres menopáusicas se reblandezcan hasta un estado dúctil de sumisión. Las ventanas de las puertas de las salas de cine donde se proyecta la película quedan empañadas de vaho. Los asientos pegajosos quedarán como recuerdo de una generación. Algunas, incluso, hasta dejan pepinos en la escena del crimen. Solo era cuestión de tiempo que la gente, ante los precios inclementes de las porquerías de los cines, empezara a traerse de casa snacks más sanos y utilitarios. Por su parte, las más doctas y menos atrevidas, se inspiran en la insípida lectura para reavivar sus estancadas y rutilantes relaciones. Algunas de las páginas quedarán misteriosamente atrapadas para siempre.

*

                Ella, divorciada: la engañaban. Él casado, padre orgulloso en un matrimonio perfecto: donde solo ves a tu esposa e hijo a las nueve de la noche a mesa parada después de un intenso día de trabajo, sin tiempo para intimar. Hacía años que le habían reducido el turno a media jornada aunque no era algo que su familia necesitase saber.

*

                En la cama: ella 16 años, él 10. Él dijo que no quería acostarse tan pronto, ella que se acostaría con él a cambio de cosas. Ante la negativa, la niñera, que si no hacía lo que ella dijera, sus padres descubrirían que se inserta sus tazos y figuritas de Pokémon por la cavidad anal. La niñera salió lujuriosa.

A veces está bien cambiar de aires.

 

3.

                Parece ser que el paso del tiempo les ha fortalecido. Dejando atrás las vulgaridades, han dado paso a una relación real y moderna. ¡Ella es novia! ¡Por fin! ¡Aún quedan hombres decentes! Hombres decentes que te hacen creer que no eres una simple amante, nada que ver con un simple polvo amargo recurrente, nada que ver con una desesperación fisiológica proyectada por la daga mortal que sostiene la acechante soledad desde las sombras del tiempo. Nada de eso. Sin embargo,  no es una pareja cualquiera: es una pareja moderna, dispuesta a experimentar y ceder todo el terreno que precise la otra parte, obviamente, si no le pides ninguna mariconada, claro. ¿A ti no te gustaban las mujeres? No me digas que no disfrutaste de la compañía de aquella guineana de instinto caníbal junto a la puerca grasienta hedionda. No eran exactamente mis amigas pero lo importante es que lo pasamos todos bien, ¿verdad? Je, je... Venga, mujer, no seas paranoica. Estaban más limpias que el día que me vomitaste encima. Ya, ya sé que te la entré más allá de la campanilla sin darme cuenta. Todos cometemos errores.

*

                Que me levante separándome las piernas, los muslos, los labios, de arriba, de abajo, que los deshaga a embestidas. Nunca pensé que acabaría acostumbrándome, sobre todo a lo del dedo por el culo, pero soy una campeona nata. Me haré la dormida un poco más a pesar de que me muero de impaciencia... No quiero estropear la sorpresa de hoy. Puede que hoy repita lo de "vaya culo warra" mientras observa cómo estimulo la liquidez del país, desde el baño, sentada, imprimiendo billetes (marrones).

Transcurridos unos veinte minutos, abre los ojos en la penumbra de la habitación insonorizada. De la puerta entreabierta emanan algunas caricias de sol. Voltea la cabeza hacia Paco, pero Paco no está. Las que sí que están son las ligaduras que penden de sus muñecas a los postes de la cama.

Ya estamos otra vez... Al Amo le gusta hacerme sufrir de formas innecesarias. Encima deja la puerta entreabierta para anunciarme que no está en casa. Vaya por dios. Un momento. Qué es ese ruido... ¿Viene de la escalera? ¿Pero éste apartamento no estaba insonorizado? Sin duda tiene que ser el viejo del último piso que se gira siempre para mirarme el culo después de haberme sobado las tetas con sus viciosas pupilas; por muchas gafas de sol que lleve, es innegable. ¿Ha vuelto a olvidar cerrar la puerta de casa? ¿Y sí entrara algui... ?

*

                Comienzan los pesados y resonantes pasos ascendentes de un jubilado alemán. Cada paso deja que expire el eco de su antecesor como un viejo reloj de péndulo.

- Ich kann es nicht abholen, wenn es nicht da ist. Ich muss mich beherrschen...

La risita solitaria del Sr. Sherman conmueve las roídas paredes del descansillo. Un suspiro apesadumbrado final la acompaña. Cede su peso sobre una puerta y desaparece. El rabillo del ojo centelleante de una mirilla desaparece con él.

*

                <<¿Por un momento me he planteado subir 4 pisos para esta mierda que se habrá comprado? Y, además, ¿pasar por delante del picadero que se han montado esos perturbados? ¡Venga ya! Con lo feminista que soy solo me faltaba escuchar gritos de socorro y ayuda mientras enculan a la pava y gime... Ya le vale tanto frivolizar el maltrato. ¿Y la jodida empatía? Hijos de puta... Ups -sopesa el paquete y lo agita-. ¿Qué será... un yogur o una papilla? A tomar por culo.>>  

El paquete parece que flote mientras desciende por el hueco de la escalera. ¡PLOF! Por la puerta desaparece una sonrisa maliciosa.

 

 

4.

                Mearse encima era una cuestión infantil que no recordaba. En su caso, fue acrecentado por terrores nocturnos: figuras vaporosas que emanaban desde cualquier recinto oscuro y cerrado en busca de los orificios de su cuerpo. ¿Qué estaría soñando la Yo dormida de mi sueño?, llegó a preguntarse durante una sesión de terapia, que si esto le serviría para algo. Funcionó... por ahora.

Pero, si la situación perduraba, muy pronto se desataría una epifanía húmeda con la que podían resurgir gratos recuerdos del fondo del baúl. Aunque, claro, tener líquido a mano no era tan mala idea en su situación. Podía salvarla de morir abrasada en un incendio o usarlo para hidratarse. Seguro sabe a Monster, pensó.

Empezaban a gruñir osos en su tripa. La cena del día anterior no había sido copiosa ni saciante. Un mero preparativo para la cena de Navidad de esa misma noche. Los ayunos intermitentes no eran lo suyo. El sol, por su parte, ya pretendía hacer el amago de desvanecerse. Se le veía cansado. Todo el mundo merece descansar.

De todas maneras, el colchón acabó por humedecerse entre sudores y el cabello graso empezó a expandirse por la sala. Era de duchas matutinas sin excepciones (salvo esta, claro). El lienzo empezaba a cobrar forma.

 

                Desde el centro de la impotencia, inició un intento para destensar el juego de cuerdas estirando sus prolongaciones hacia el techo. <<Vaya,...>.  Desde una repisa, el título de un libro pareció adquirir una mirada imponente. <<... El juego de Gerald. Ese aún no me lo he leído. Regalo de San Valentín de Paco (un libro de su infancia, según me confesó). No leo mucho pero dicen que hay libros que encierran sabidurías de las que ya no se habla y que te podrían sacar de apuros como estos. O a lo mejor eso lo dice la gente que no ha leído en su vida para que hagamos el memo un rato.>>

A pesar de que su curtido esfínter mostraba impropios conatos de rebeldía, pocos premios podrá dar la máquina si está cerrado el bar. Más arriba, una pequeña guarnición de gotas de sudor apostadas en su frente amenazaron con deslizarse hacia sus ojos indefensos como tiradas de un ludópata en la ruleta. Pasaron por encima de los párpados abiertos creando un llanto improvisado.

 

                Se sentía como en la cresta de una ola gigante, en medio de la nada. La confundía pensar porque ya no entendía para que lo iba a necesitar. La ola la dejó en una orilla. Una orilla yerma, excepto por...

*

                Un detalle. Un detalle que surgió de la isla... ¿y fue arrastrado a la realidad? Algo inquietante: había, a los pies de la cama, un baúl tan ancho como la misma, donde cabría sin duda, una persona, un gas, un ente gaseoso... ¿Desde cuándo y para qué estaba destinado? Con los ojos comiendo techo, rebobinó: Recuerdo ensamblar esta cama junto a Paco, con nuestras manos aristocráticas. Sorprendida estoy de su resistencia después de todo lo que ha soportado. Un segundo... Mentira. El primer paso de montaje para Paco "El Eficiente" fue tirar las instrucciones porque él ya sabía de qué iba el tema. Cinco horas más tarde, cansados de meter clavos y tuercas erróneamente, desfigurando agujeros y puntas, llamé a un albañil.

 

                Un cuchillo de hielo la recorrió de arriba a abajo. Los helados habían pasado de ser amantes a obsesión de odio. Inclinarse en el congelador había causado el mismo destrozo vertebral que toda una vida recogiendo fresas. El dolor permanecía al aguantar mucho tiempo en decúbito.

De repente, el cuchillo pasó al tímpano. Un estruendo empezó a brotar desde abajo. Su cabeza empezó a virar frenéticamente sin resultados hasta que se dio cuenta de que no podría hacer nada ante un peligro inminente. El sonido se volvió un rugido ebrio. No entendía nada. Aquello no podía ser real. Las piernas se volvieron tan trémulas que consiguió desatarlas. Todo gracias a conservar sus piernas de nadadora (nunca supo nadar con las manos). Sin ningún ápice de respeto al sentido común, bajó los pies al frío suelo -aunque su tren superior sufriera contorsiones bruscas en el proceso-. Tanteo con los dedos de los pies en busca del intruso de otro planeta. Desgraciadamente se topó con un sujeto extranjero: el Xiaomi. Con sus dotes de yoga, consiguió sostenerlo delante de su cara para disfrutar del impacto que había estallado la pantalla. Con vagas esperanzas, pulsó el botón de desbloqueo con el dedo gordo del pie. ¡Eureka! Pudo llamar al Amo pero, éste, le colgó sin más al segundo tono. No le cupo duda de que sus intenciones eran premeditadas. Pensó en qué había podido haber hecho para enfadarle de esa manera. Dejó el teléfono reposando encima de la cama. Pensó en volver a llamar a alguien pero optó por no escandalizarse. Todo era un juego, otro de nuestros juegos. Dejó caer su cabeza en la almohada desde toda la altura que pudo, con los párpados tan pesados que se resigno a entrar a una especie de desvanecimiento.

Inmediatamente a esto, recibió una llamada con extrañeza, lejana, pues era ella quién las hacía siempre. Pensó lentamente que esto ya era demasiada coincidencia. Sin darse cuenta, la deshidratación empezaba a dejar una mella irreversible. Un mareo la azotó y el móvil volvió a desaparecer de su rango de visión al dormírsele algunos dedos con los que lo estaba trayendo hacia su cara de nuevo.

 

                El altavoz sonaba extraño, sin delicadeza; una interferencia escurridiza dio paso a una voz metálica pero reconocible:

<<Cariño, he de confesarme: te he mentido. Te engañé y lo negué siempre...>>

Las lacerantes palabras de su expareja la conmovieron y la deformaron, convirtiendo su rostro en una mueca húmeda. Por fin escuchaba lo que necesitaba -desde hacía mucho tiempo-. Emociones. Por fin, lágrimas reales. Un poco de fuego en un desierto de hielo. La llamada se evaporó sin consumar la frase.

 

                Cuando reconquistó la cordura, recuperó el teléfono. Automáticamente, surgió una nueva notificación. Ésta chocaba frontalmente con la anterior; fue recibida con desagrado. No era del Amo, su pareja: era de su amante. ¿Cómo había podido convertirse en lo que más odiaba?

Entre las palabras de aquella despedida prolongada e imprecisa, subrepticio, quedamente, un viaje de no retorno, el anuncio de un fin presumiblemente violento. Un terrorista encubierto. Otro nudo desatado. ¿Quién le quedaba por destripar sus entrañas? Quién... le quedaba, realmente.

 

                La batería exhaló su último respiro y la pantalla feneció. Había perdido un tiempo precioso con el que ya no podría pedir un kebab a domicilio. Aunque lo que la castigaba firmemente era la deshidratación. No podía parar de sentir la aridez de su boca, pastosa, el amargo sabor del esputo. Era como si el mundo entero se hubiera puesto en contra de ella para abandonarla en aquella cama. Empezó a girar la cabeza en círculos en un intento por perder la consciencia pero solo consiguió acabar vomitándose encima. Aclaró su cavidad bucal con unos cuantos escupitajos que -apuntando a la pared- llegaron al cobertor a duras penas. Mirada perdida. Sintió como todo su sistema cerebral había sido sustituido por uno de tuberías y escuchaba el agua pasar. Y sentía que se estaba llenando -el vacio-. El nivel del agua empezaba a ahogar.

Un suspiro hondo. Abrió la puerta del silencio con la llave de la impotencia. Un grito sordo recorrió su árida y traqueteante garganta. Toda la rabia del mundo acumulada en un sonido roto. La posesión de la locura, las contorsiones de la muerte, el reflejo de la desesperanza, el gas saliendo por todos sus poros, por todos sus orificios. Empezó a estampar sus pies en los postes con tan mala pata que rompió la barrera del dolor hasta llegar a la más absoluta agonía. Decidió morderse los labios hasta el sangrado y hematoma. Luego, apretó la mandíbula y tensó las muñecas con toda su fuerza. Luego, masticó sus dientes. Se revolvió con tal violencia que acabó por dislocarse ambos brazos. Qué más daba ya.

 

 

5.

                En la misma calle de nuestros acontecimientos, un coche inyecta una velocidad macabra en sus ruedas. Una bala saliendo por el cañón. El peatón vuela por los aires, crujiendo el cristal, desapareciendo por encima de la carrocería hasta aplastar sus entrañas sobre el asfalto y quedar reducido a un inútil trapo sanguinolento.

Momentos antes, una mujer al final de la calle, mirando la finca, espiando el piso del vicio desde la seguridad tenebrosa de su vehículo, como tantas veces había hecho; coleccionando, pues, las mentiras de su matrimonio, el fracaso de una vida, el desfallecimiento del compromiso y, lo más importante, la violación de sus sentimientos.

Mientras tanto, la programación de la radio, ajena a todas las realidades, seguía con el regocijo de las fiestas.

<<¡Jo-jo-jo, feliz Navidad! Muchos regalos os esperarán en el árbol. ¿No es cierto, niños?>>. Un puñetazo certero la dejó inservible. Empezó a trinchar el tapizado con la uñas, a marcar el salpicadero. Allí estaba. Un barrio poco concurrido... excepto por su marido -... si eso significaba algo-. E-esa dónde estará... Pero mejor, tú primero. Vicioso... ¿un fuet? Vicioso repugnante. ¿Cabrá en tu garganta retorcida, ahogada en un río de sangre?

*

                Con todo su ser concentrado en aquel estado de colisión, el derrape y los posteriores chirridos de las ruedas sobre el asfalto, llegó a su tímpano como el aleteo defectuoso de una mosca en la habitación contigua. Desde el resguardo de los vehículos aparcados, un peatón de calzado llamativo con un chorizo en la mano accede al paso de cebra. Y vino lo que vino. El vicio de los peatones...

               

                Minutos después, desde la cama, pudo escuchar el murmullo de la puerta. Su amante, hombre de Allah, sufrió un atentado. No podía ser él buscando una reconciliación o una despedida carnívora. O podía ser Paco, por fin. O... el gas, ausentado de la estancia durante su inconsciencia para ir a picar algo de la nevera. O el gato de la vecina, o la vecina cleptómana robando el tarrito de la sal, decorado con el relieve de un surfero comiendo una ensaimada mientras conquista una ola, adquirido en Mallorca.

 

FINAL I: ARMA DE CHEJOV

                Su lengua escrutó el paladar en busca del nombre que iba a liberarla de la pesadilla. Tras varias pasadas, objetó la revelación de su mente y tragó la poca saliva que le quedaba dolorosamente. Había más de una posibilidad y la mayoría no eran enternecedoras. No había escuchado la llave ejecutar el mecanismo de la cerradura. Revelar mi posición, aunque fuera una vecina robándome un mondadientes, no es adecuado. La puerta podría haber estado abierta todo éste tiempo, regurgitó. La inquietud y la expectación por lo que entraría por la puerta densaron el ambiente.

La figura de ojos tintados en sangre irrumpió. Luego se revelaron sus tensos músculos, el rostro hambriento, de mandíbula desencajada y espumosa. Eso masticó mis últimas palabras con una voz fantasmal.

- Perdón que te pille en un mal momento. Mi marido acaba de sufrir un accidente y su amante... -vaciló-... aún no.

Bajo la sombra de su rostro de animal rabioso, una chirimoya inmadura pendía de sus manos como una ofrenda, lista para desfigurarme la cara a golpes.

Un furioso golpe fragmentó el cráneo dejando el cerebro expuesto. La cabeza ladeada sobre la almohada, aunque no sintiera nada salvo retumbos, podía captar en el cristal como desparramaban sus ideas y el gozo visceral que esto producía en su atacante.

 

 

FINAL II: SALVACIÓN

                Abrí los ojos con cautela mientras escuchaba dulces palabras alemanas, vocalizadas con un sosiego, cálido e hipnótico, una espiral embelesante que se adentraba por mi canal auditivo como un líquido.

Si no se entregaba un paquete, se podía entregar otro. De otra índole. Eso bien lo sabía Sherman. El pensamiento planeaba por su cabeza como un águila aguzando la vista para encontrar su presa. Cómo aquella vez... Sí, sí que lo sabía bien. Su cuerpo empezaba a embarcarse en el recuerdo. Empezaba a subir una súbita erección. Pero el corazón se vio sobrecargado y paró allí mismo.

*

                Les habían prometido mujeres. Y las había, a raudales, sin encanto, comidas por las chinches, harapientas, abrigadas de frío, cargando a bebes y portando de la mano niños desnutridos, pegadas a las paredes o en el suelo a la merced de fuegos raquíticos, pidiendo limosna o ya sin la capacidad de pedir.

Pero no todo iba a ser pensar en las deprimentes derrotas de la guerra, había que acopiar fuerzas para lo que pudiera venir. Hasta un compañero herido era también una oportunidad de tomar un sedante la mar de satisfactorio para las eternas noches en vela. Su pierna no volvería pero el sueño sí. El efecto tardaría un rato. El resto del pelotón se disponía a explorar la vida nocturna. No cabía opción más que acompañarlos.

Era una noche despreciable: calles desiertas, casas sin luz, calles sin casas, calles sin calles. Solo quedaba un esbozo de lo que había sido una de las ciudades más relevantes y encantadoras del mundo. Eran un grupo de fantasmas atravesando el Tártaro. El relente nocturno enternecía los huesos como un sollozo amargo.

Y, como si no fuera posible, una taberna con luz, desprendiendo cantos jubilosos ebrios alemanes, que estaría encantados de recibirles.

Una vez emponzoñado con el éxtasis del vino, salió de la taberna a tomar el aire. Desde la acera contraria, apoyada bajo el resplandor de la única farola de la calle,  una señorita solitaria. El humo acariciaba sus labios como si no quisiera escaparse. Su mirada ojerosa era esquiva pero juguetona. A pesar de que en toda guerra había trincheras más allá del campo de batalla, ella parecía llevar la suya de forma divertida.

Nadie más parecía ser partícipe de la escena. El viento jugueteó con la falda y ella atravesó su mirada retándolo; una invitación a seguir sus pasos obscenos y descuidados por calles húmedas y tenebrosas. De reojo vigilaba que su captura no le perdiera de vista, relamiéndose. Un juego de luces y sombras. Mientras él coleccionaba sus pasos, aquella fascinante mujer parecía desaparecer con cada sombra, tras cada explosión de humo fantasmal, palidecer.

Torció la esquina y la perdió de vista. Un dedo índice que se plegaba deliciosamente hacia la palma le mostraba el camino.

Se paró delante de las escaleras que conducían al rellano de un bajo y empezó a descender tanteando la oscuridad macabra. Pudo ver a duras penas sus piernas tiradas sobre pilas de periódicos arrugados. Las manos subían la falda tímidamente hasta las rodillas. El resto de su cuerpo, sumergido en la sombra, testigo mudo.

Cuando acabó el  acto, la Luna lo enfocaba concernida. Cogió aquella ligera figura y expuso su belleza en plenitud. La calavera viscosa medio comida por las ratas supuraba un líquido amarillento burbujeante de las cuencas de los ojos vacías. Y una frialdad le recorrió el corazón. Entró en un estado catatónico.

*

                Allí se quedó, parado, totalmente congelado.

Clareó su borrosa vista. Recostada en el umbral de la puerta, la mirada escrutadora de la vecina. La mano juguetona sobre su pelvis, agitada. Y cada vez más. Y, luego, un sonido irreal. Porque antes no había sonidos. ¿Pero qué eran esos golpes amortiguados y cuál era su procedencia? De... ¿dentro de mí? Mi cabeza retumbaba, sin más, y todo era real y todo era el ángel de la muerte abrazándome con brazos de espinas en mis ojos todo negro y rojo y ya no pasaba nada solo aquel sonido viscoso y repetitivo y eran los golpes y eran y, y, y, luego, luego, y...

jueves, 5 de noviembre de 2020

La derrota diària

 

            L’examen de Juan Mateu Morant és demà però Víctor Hugo té un no sé què que em pot, pensa per a ell mateix.

 *

            El trajecte és rutinari i desesperançador; una sola direcció automàtica, mecànica, vertical. Les nits fan que els seus ulls reflectixquen a l’espill la derrota diària, una amargor delicada, emmascarada per unes valls morades que destaquen els seus iris marronencs. Solapa una certa debilitat en mantindre l’equilibri amb una de les portes lluentes. S’imagina que l’ascensor té la típica musiqueta relaxant dels centres comercials. Tanca els ulls i taral·lareja la cançó, amb el dit índex com a batuta. És per a que el trajecte no es convertisca en una introspecció plena de simbolismes abstractes o idees utòpiques que no eixiran en la prova escrita de demà. És una distracció sense efectes secundaris. Revisa que el comboi es dirigeix a bon port. Ho verifica la llum
parpellejant
que sobreïx del botó amb un adhesiu que posa <<CARRER>>; la cal·ligrafia és millorable i el missatge es difumina cada cop més amb el seu ús. Vigila, també, si el contingut de la bossa negra, de agafadors taronges, s’ha desorbitat en eixa xicoteta àrea voladora del món.

 

            El trajecte és llarg... Mira, per parlar: ja ha arribat. Les portes responen a un Obrit Sesam electrònic. Un xicotet ensurt per al cavaller, que pareix mentida que no conega el final del llibre encara, després de llegir-lo 4 vegades diàriament. Arreplega del terra les escombreries plastificades. Camina triomfal per l’ampli hall decidit. Al desplaçar les portes transparents convida a l’aire fred a entrar. Quan es situa fora fricciona els braços amb les mans durant una xicotet interval de temps. Medita i flexiona el coll per a veure les dos cares oposades del seu carrer. Ara, busca en la seua memòria.

*

            Buscava en la seua memòria on estava el contenidor. Automàticament, el divisa sense adonar-se’n.  Diposita la bossa al verd (tampoc hi ha altre). El reciclatge, l’idea, encara no s’ha materialitzat en eixe carrer. Torna a casa. Un element submergit en la foscor trenca la seua rutina. Bé, no: és una persona sepultada per cartons, d’antiga caixa de televisió diria que eren, per la seua estrafolària grandària. Aquell home, suposa, està molt endormiscat però continua prestant atenció a l’entorn; no té parets, no té altra.

El jovenot obri la boca de sorpresa, com si haguera pensat alguna cosa que dir. Però no li ix cap paraula. Continua; fa la mateixa rutina que abans però cap amunt. Uns set minuts després baixa amb un tupper amb menjar que ha sobrat del sopar. També el convida a acomodar-se en el hall de marbre. Declina l’oferta amb molt de respecte, sense parar de menjar. El noi, que està de genolls, no entén exactament perquè prefereix quedar-se en eixe racó, amb els cartons, la barba de dues setmanes i el barret de llana brut i en un procés de desenfilament. Comença a fer fred. El xicot tremola mentre enfila les seues mans a les butxaques del pantaló esportiu. L’home, que no recull ningun sentiment al seu rostre, d’eixa el bol a terra; col·loca les mans sobre un dels cartons i n'ofereix: no podia fer menys. Comencen a riure, un més que l’altre. Amb aquest conat de situació còmica s’acomiaden. La finca arreplega el xicot. És el mateix moment en el que arriba del treball el cotxe de Jesús, amb ell dins al volant, es clar.

domingo, 16 de agosto de 2020

Kristina con K

            Kristina empezó a joderlo todo

Como de costumbre, se replegó el pelo en una coleta, se anudó el delantal y se propuso mentalmente sacar la mejor versión de sí misma.  A continuación, sorteo los otros empleados con inaudibles saludos desde su cabeza gacha y centrada, las cucarachas que se concentraban expectantes entre las cajas de cerveza y al pesado de turno (que no veneraba las películas de Marvel como ella desearía). <<Usted es una onomatopeya constante. Por favor, aléjese de mí.>>, sentenció Kristina marchándose  frenéticamente de éste último, volviéndose esporádicamente en mitad del pasillo y añadiendo un ¡jum! de supremacía, un punto y final irónico. De las catacumbas donde vivía aquel ogro simpático extrajo, a parte de un chiste suficientemente malo para renunciar al trabajo tirándose debajo de la rueda de un coche en llamas que circula a 200 Km/h, todas sus verduritas y chorradas que necesitaría para preparar su arte.

Kristina alzó la puerta horizontal del congelador del pasillo y extrajo de él una docena de panes que luego hornearía, mientras troceaba cebollas, tomates y carnes para otra ajetreada noche de ella y el pizzero, que no se molestaba ni en recoger los recipientes llenos que iba a necesitar.

- Aquí tiene, su majestad.

- Oh, no llore por mí, damisela.

- ¿Sabes qué? Trabajar en un restaurante puede ser emocionante, especialmente si te encargas de cortar la cebolla. ¡Aquí tienes tu puta cebolla, cabrón!

 

            Se perdió entre los fogones durante horas, acumulando sudor, estrés y alguna que otra quemadura.  Las comandas no paraban de insertarse en el tablón situado a la izquierda de su cabeza mientras los camareros vociferaban el escrito ilegible para escarnio de su víctima. Esta dinámica, que solo cesaba cuando tenía que escabullirse momentáneamente  para gorronear champiñones al pesado (único condimento que se cortaba él solito... alguna vez) y para revisar las vibraciones del móvil. Allí dentro, sus ojos refulgían conquistados por las llamas. K estaba más familiarizada con su nuca, pues, él, siempre se encontraba manipulando la pala, concentrado del cuidado del horno, que sobresalía de la parte izquierda de la sala. Un gran trabajador que después de más de media década seguía cobrando lo mismo.

- Me comentaste que estudiabas algo científico, ¿no? -dijo con su voz profunda y monótona -. Sabía que había química entre nosotros .

Estas palabras dejaron catatónica la mano de Kristina, que ya se estaba deslizando para alcanzar el recipiente de helado gris, reutilizado ahora como contenedor de champiñones. El pizzero siempre anotaba en el ambiente una predisposición generalizada para el asesinato en masa aunque, para K, él sería su única víctima. Un cuchillo de grandes dimensiones relucía, sugerente, en dirección a la mano ocupada de K. Qué lástima, qué lastima... tiene suerte.

 

            Y pasaba otra semana de mierda. Y allí se volvían a encontrar sometidas los dos cabezas de alcornoque. La estampa melancólica de los fines de semana.

K no podía esperar a llegar a casa para que su chucho peludo la impregnara de babas. C, por su parte, solo se veía cortándose la religiosa rodaja de limón que descendería entre burbujas de refresco de cola, compañero de una buena cena hecha por K.

C, en los últimos momentos de la noche, esgrimía un pañuelo... Es un arma bacteriológica; mi deteriorado sistema inmunológico, fruto de las prácticas universitarias, TFG y horarios imposibles, no podrá contener esta agresión... La nariz rojiza, claramente congestionada.

- Traidor.

- ¿Te lo has pasado bien?

 - Yuhuu - pronunció con apatía y amargura.

- Maravilloso entonces. Todos felices - C tiró el pañuelo a la papelera pero golpeó el borde. El pañuelo cayó al suelo, pesado. El borde viscoso parecía estar salibando.

 

            Una noche, C llegó a su casa especialmente cansado, hambriento y sediento, y eso ya era decir, pues era proclive a ello. El contenido de una botella de litro de agua desapareció rápidamente cuando C le dio un beso apasionado.

Ese día fue extraño. No hubo intercambio de palabras. La agitación del trabajo los sumergió en un estado autómata. Harto de los círculos condimentados y calentitos que hacían crecer la esfera que envolvía el estómago de una manera agradable, C se decantó aquella noche por algo más ligero -por lo menos en apariencia- y alargado; y, lo más importante, que no lo tuviera que hacer él.

Peculiarmente, esa noche, el bulto de plata ya estaba en la estantería metálica pero no había rastro de la artista. ¿Se habría marchado antes qué él? Eso nunca había pasado. Eso sí que es una traición. Me ha quitado el protagonismo de poder humillarla por terminar 5 minutos antes que ella...

Mientras desenvolvía la cena recostado en la silla de su habitación, con su refresco y su rodajita de limón a la vista, recordaba la situación que tenía pensado desencadenar aquel día:

- Lo que sientes por mí, palabra de cuatro letras, empieza por A...

- ¡ASCO!

 Observó como su dentadura había modificado la topografía del pan crujiente. Esta vez K se había dejado la piel en ello; lo había echado todo en el asador. Había dejado parte de ella en la cena. ¿Le había preparado un bocadillo encomiable? Sobresalía al resto de cenas que había probado por parte de K.

Me siento mal. Es como si me estuviera comiendo a K, literalmente y metafísicamente. Como si con el primer bocado hubiera empezado a formar parte de mí, como si K fuera más una sensación que otra cosa...


            La semana siguiente ya no volvió a aparecer por allí, dejando un vacío en el corazón del estómago.

sábado, 18 de julio de 2020

Anticipación o Para despedir la vida con un regalo


1.

- ¡Eh, jovencito! ¿A dónde te crees que vas así? -protesta Myrna. Inquieta, coge a su hijo de los hombros y lo vuelve hacia ella para reprenderlo más, pero, una vez ve su rostro huidizo y malhumorado por la tosquedad de sus gestos, opta por un tono más sereno; su intento por acuclillarse a la altura de los ojos de Tobías provoca que sus desbordantes muslos prueben la resistencia de los vaqueros, consiguiendo que un pequeño desgarro en las costuras se haga eco en el largo pasillo-. Ponte la chaqueta inmediatamente. Aunque no sientas el frío aún, podrías resfriarte en un rato -le retuerce los brazos inertes y los embute en las mangas-. Tienes que... anticiparte.
El niño arquea las cejas y gesticula los labios como si fuera a balbucear.
- Adelantarte al futuro... ser previsor -aclara.
Absorbidas estas palabras, el niño corre hacia el patio para reunirse  con sus amigos, parándose a mitad carrera a mirar a su madre que con un gesto cariñoso y alentador le invita a continuar. El niño desaparece en la luz deslumbrante que entra por la puerta. Anticipación...


2.

               El guiño resplandeciente de primera hora de la mañana no ha conseguido despertar el profundo sueño de Myrna, ni el majestuoso y abismal trasero de Myrna -catalogado como valle y gruta por ella misma. <<Busco escaladores experimentados y espeleólogas flexibles>> eran una de sus frases fetiche para las webs de citas-, ni los grandes mofletes de Myrna, con forma de pollos asados derretidos, ni las grandes jamones de Myrna, que darían de comer a algún país africano durante años, ni los rollizos brazos de Myrna, propios de un culturista con una sobredosis de los anabolizantes más cutres del mercado negro.
               La inocente fiesta de barrio transcurrió para ella como cualquier otra fiesta. Siguió su rito: primero, atiborrarse de hamburguesas y alitas de pollo hasta notarse embarazada otra vez -la maternidad, ese ominoso vicio femenino-, y, luego, intentó corroer todo el contenido a base de latas de cerveza, y expulsarlo durante las constantes visitas al trono de las damas, que deja de oler a pétalos de rosa y a polvo de hadas cuando Myrna desenvuelve su magia negra.
               Aún sigue babeando sobre el cojín caudalosamente. En sueños, reflexiona: Puede que ya sean las diez... Debería levantarme. Esto es muy raro pero huele bien. ¿Esta casa de pizza se podrá asegurar? ¡Me van a robar las paredes a mordiscos!
Su hijo, en cambio, se encuentra a escasos palmos de ella, sosteniendo algo. ¿Qué es esto, mamá?, se pregunta el niño en voz alta. Un difuso eco exterior llega al sistema nervioso de Myrna. Las legañas matutinas de Myrna son desgarradas con súbita violencia; sus ojos tintados en sangre, ahora, horrorizados, buscan cobijo en el cabecero de la cama. El invertebrado que pende de dos dedos de su hijo boca abajo no para de agitarse pasmosamente.
- Uy, se ha quedado coja -dice el niño sosteniendo ahora solamente una pata. La cucaracha ha caído al suelo y ha buscado refugió en la oscuridad de la cama. La madre propina un grito de auténtico terror.


3.

- Las moras son esenciales, mamá. Parece que aún no lo sepas después de prepararlos durante... cuántos años tenías la última vez... Creo que unos quince... -extendiendo las manos en el aire y, continua, como si todo el azúcar del mundo pasara por sus papilas gustativas en ese mismo momento; la simple imagen mental del manjar desborda sus emociones -. ¡Quince años seguidos preparándolo! Por eso está tan... tan...
- Delicioso -completa Myrna agradecida-. Gracias por el halago. Todo se lo debemos a la receta de la señora Englund. Dale las gracias cuando la veas. Y ya sabes donde están las moras. Yo mientras elegiré un pescado para esta noche.
- Hoy no sé si es buena idea. ¿Y si me secuestran?
- Tú diles que tenemos la casa embargada y que solo votamos como candidato al comunista de Bernie Sanders.
Unos instantes después, Tobías ya había desaparecido entre la aglomeración. Myrna sopesó la idea de perder a su hijo mientras el frío de una lubina troceada le martilleaba los dedos. Los hipermercados -o, como ella los llamaba, "aeropuertos de calorías"- eran los lugares más transitados que ella conocía. Podía culparlos de su sobrepeso, cómo ya reflejaba la salud mental de los reponedores que recibían quejas absurdas e insidiosos susurros por parte de Myrna mientras hacían su trabajo, pero no de que en un descuido maternal enviaran a su hijo a México en un maletero. Los quejicas de gafitas viejas arregladas con cinta aislante solo eran responsables de objetos de consumo que no eran ni de ellos, no de objetos que les consumen... o sujetos... ¿Cómo iban a entender a una Madre? Indignante. Qué ultraje para la infrarrepresentación que sentía Myrna en aquellos jóvenes precarios recién salidos de sus carreras y arrojados a un mercado laboral que ahora les tomaba el pelo. No se preocupan por el cliente. Qué falta de empatía y de todo. Esto no podía quedar así. Se prometió que la próxima vez también se quejaría de ello.
Asintió con la cabeza dándose por satisfecha. Una vez volvió a poner los pies sobre la tierra, revisó en los frigoríficos los precios del panga y del salmón, sopesándolos en la mano como si de una experta perita se tratara -en empeño, por lo menos- pero sin buscar realmente nada sustancialmente físico, sino, simplemente esperando que su constante concentración abriera las puertas de una intuición reveladora. Por su cabeza aún nadaba el recuerdo de un documental sobre el panga, un pescado criado en ríos vietnamitas infestados de basura y otras porqueri... Panga. ¡PANGA! Sin duda. Su método infalible volvía a dar resultados... aunque fueran siempre el mismo: elegir de manera ortodoxa e inconsciente el más barato.
El panga fileteado se precipitó de las manos de Myrna y golpeó el interior del carrito de la compra, quedando brevemente en el ambiente un tintineo áspero. No había sido algo premeditado. Myrna había sentido una presencia hostil a sus espaldas. Algo estaba demasiado cerca de sus pantorrillas. De pronto, sintió un golpe en su muslo derecho y  su cadera fue rodeada. Un escalofrío se columpió en su espina dorsal.
Ladeó la cabeza mortificada hacia la izquierda, lentamente. Ahí estaba. Por suerte -o por desgracia-, ahí estaba una cara conocida, la famosa cara de somos desconocidas pero grandes amigas, una cara que contenía una mueca que se hacía pasar por sonrisa, tan efusivamente degenerada y artificial como el rigor mortis de un ortodoncista. Más que cordialidad o alegría, transmitía los pensamientos homicidas de un muñeco ventrílocuo, agazapado en las más profundas sombras de su desván.
La afilada mirada de Samantha Englund adquirió un toque avinagrado después de que Myrna contuviera en su rostro un desbarajuste de emociones y dilatara durante segundos eternos una reacción clara y audible. Por momentos pensó que se trataba de una ilusión borrosa. No la recordaba de esa manera exactamente. Intentó serenarse. No es lo mismo una fiesta que...
- ¡Pero a quién tenemos aquí! -espetó la voz compungida de Myrna, aún taquicárdica.
- Una vieja conocida, ¿no? Me he enterado de algo... ¿Harás alguna fiestecita? -le guiña el ojo mientras destila una sonrisa empalagosa. Enmarcaba una mirada escrita en un código solo reconocible para la gente que había sobrepasado la barrera de los cuarenta años; la mirada de Vas a beber. Yo también. Vamos a beber. Espero no acordarme de nada después. La vida es muy dura y lo es más que la polla de nuestros maridos. La vida... era esto... Esto. Lo que estamos descubriendo poco a poco. Se nos acaban los días, se nos caen las tetas y las ilusiones. Estamos atrapadas en una niebla de desazón incontrolable. Todo se vuelve silenciosamente insoportable...
Antes de que pudiera contestar ese intento coercitivo emocional de quid pro quo, aquello que había cercado sus pantorrillas se convirtió en Sheryl Englund y tomó la palabra. Sheryl, decorada con un lazo rosa en una de las trenzas con las que jugueteaba, espetó:
- ¿Habrá regalos para mí?

               Mientras las dos matriarcas seguían discutiendo los temas de intrascendente actualidad, de repente, los malos augurios de Myrna se cumplieron. Los ojos de Tobías vieron nacer la noche, arrebatándosele todo cuanto tenía delante. Ahora solo una oscuridad húmeda y calorífica recorría su zona ocular. Improvisadamente, había abandonado su misión para albergar otra de mayor urgencia, fisiológica. Mientras se estaba lavando las manos, vio de reojo que una de las puertas se abrían a su espalda. ¿Algo, alguien... con capucha? Tobías no reaccionó y esperó a que pasaran cosas, a que le hicieran cosas.
Vamos afuera; tengo algo que mostrarte dentro de mi furgoneta de los helados, dice la voz juguetona en la oscuridad. La reconoce. Una sonrisa eclosiona en su rostro y, sin mediar palabra, se deja llevar a tientas. Las puertas automáticas abren paso al extraño tándem sin ruedas que se aleja de los pitidos de las cajas registradoras. La sensación refrigerante que los envolvía pierde todo su efecto cuando el bochorno del exterior los golpea sin compasión.
Cuando las manos se apartaron, la luz se desbordó en sus ojos. Tuvo que parpadear varias veces hasta que pudo distinguir la parte trasera de la ranchera de su padre. Cerca del borde había una caja de cartón con tres agujeros; despedían unos jadeos intermitentes. Cuando Tobías acercó las manos a la tapa, se hizo un silencio expectante en el interior. Una gota de sudor resbalaba por su mejilla. Las manos quedaron suspendidas en el aire, petrificadas. Nervioso e inseguro, -pues Tobías era de naturaleza escéptica-, giró la cabeza lo suficiente para poder distinguir a sus exigentes espectadores: allí estaba su padre y Dave Englund, su secuestrador. El sabor salino embargó su boca y una mueca de desagrado condujo su rostro.
Sparkie -la catorceava mascota de Tobías y, el catorceavo nombre preasignado en una lista que Tobías tenía guardada mentalmente y que llegaba hasta el número cincuenta. La última mascota desapareció misteriosamente (como la aplastante mayoría)-, después de compartir unos cuántos lametones y abrazos, estresado, gruño un poco y forcejeo para que lo liberaran del caluroso e infatigable afecto humano.
Por un momento, todos pensaron que el perro moriría. Había conseguido librarse del regazo de Tobías y, acto seguido, corría felizmente hacia la carretera, justamente en la trayectoria de un monstruo de cuatro ruedas recubierto de óxido y conducido por un maniaco a gran velocidad.
- ¡SPARKIE! ¡Noooo... !
Pero Sparkie aún solo tenía edad para su lado salvaje y no escuchaba. Continuaba deslizándose por detrás de los coches. El conductor escuchó el grito desesperado y al mismo tiempo atisbó la silueta de un cachorro saltando hacia la rueda delantera. Los neumáticos rechinaron por la frenada en todo el aparcamiento.

4.

               El niño desenrosca las sabanas de la cama matrimonial pero no encuentra el cuerpo de su madre, sino un abultado cojín. La persiana está prácticamente cerrada, dejando la habitación en penumbra. Se oye el sonido de un interruptor y la luz artificial del baño contiguo desaparece, apareciendo tras ella Myrna, con la cabeza gacha, con el rostro sereno y reluciente, recién enjuagado, envuelta en su pijama blanco, decorado con motivos infantiles: unicornios, arcoíris y cupcakes. Con un sobresalto lánguido, atisba la figura de su hijo Tobías, como si fuera el centro de toda la sala, una decoración atrevida de tamaño real y de expresión preocupada. Entre los brazos, recostado, lleva un perrito profundamente dormido. No está segura, pero responde a la primera impresión:
- Eso es la muerte, hijo -mientras acaricia la sien del cachorro, exigua de vida; fría. Con la mandíbula apresa su lengüita. El rostro sofocado, desvanecido. No aparta la mirada de él.
Myrna le había cogido cariño y creía que era algo demasiado bello como para derramar tristeza en sus restos. Tobías, languidecido, contiene un nerviosismo que no le deja articular palabra; el nudo en la garganta aprieta fuerte. Un brillo húmedo recorre sus pupilas aguardando reproche:
- Ayer... estaba... muy cansado, cuando... dejamos-de-jugar-con-él.
Myrna lo mece maternalmente, aunque en vano, como a las madres que, para su desagrado, solo consiguen parir cadáveres. Tobías, más recompuesto, se pasa la manga por los ojos y prosigue:
- Le metí en su caseta. Pensaba que estaba MUY MUY cansado.
- Bajemos al jardín -dice su madre, suavemente.

***

               La figura de Myrna está hincando la rodilla sobre el césped. Coge unas flores y las deposita sobre tierra removida.
- ¿Para qué son las flores?
- Para despedir la vida con un regalo.


5.

- ¿Recuerdas lo que hablamos el otro día en la fiesta? El frío, tu chaqueta...
- ¡La anticipación! -gritó con fervor, levantando los brazos, tirando todo el castillo de cubos coloridos que había estado formando durante largo rato en la moqueta de la sala de estar.
- ¡Waya, gómo de ráffpido crece! - dice su padre entre dientes mientras aparece por la puerta masticando un sandwich de pavo. Prefiere comidas secas y sin condimentos jugosos, condición que recuerda a su personalidad.
<<Pues bien, ¿sabes cuando tienes sed?>>  <<Cuando se me seca la boca.>>  <<Bien, pues ahí también debes anticiparte.>> <<¿Antes de qué yo lo sepa?>> << Sí. Cuando está seca o tienes sed, significa que ya estás deshidratado y, por tanto, ya llegas tarde. Eso significa que falta agua en tu organismo, es decir, que necesitas hidratarte. Pregúntale mejor a tu padre que para algo lo estudió...>>
El padre hace señas desde umbral de la puerta, cortándose el cuello con el dedo y diciendo que no repetidamente con los labios mudos, de los que se escapa una cascada de migas hacia la moqueta. No tiene tiempo para estas tonterías; tengo mucho que hacer, piensa, y se aleja de la escena como un fantasma, como si su presencia no hubiera sido sentida.


6.

En la tumba solo quedaba un raquítico recuerdo mustio. Myrna, poseída por la lluvia de abejas y polen que había envuelto el cristal frontal cuando pasaba cerca del invernadero , no pudo dejar de pensar en ello. Rodeando la sepultura, erigieron un abrazo de flores azules...
- ... eternas y pacíficas.
Tobías se había quedado mirando absorto como las mecía el viento, que las hacía virar hacia un lado y hacia otro; la realidad se fundía en su cerebro; en él, también existía un vaivén similar.  Eternas, eternas...  Mientras tanto, el silencioso azul también miraba dentro de él. Pacíficas, pacíficas, pacíficas...


7.
FINAL I

Myrna se apoya en la pared suavemente como si se tratase de una cama vertical. En su cabeza, un tsunami hace que se balancee de lado a lado. Su rostro taciturno, resacoso, desolado y adormecido, se intensifica. Myrna tira los dados: la moqueta ahora es una cuerda floja por la que camina una equilibrista con zapatos gigantes de payaso mientras guiña alternativamente a la luz cegadora que entra por la ventana. La cuerda termina en medio de la estancia, a los pies de un sillón tapizado. Consigue su objetivo, desparramándose sobre él, aunque pagando la caída con el rostro y con un dolor vergonzoso. Con los músculos quebradizos del cuello y la fuerza menguante de sus manos, consigue encontrar una razonable comodidad a pesar del desgaste de la gomaespuma de relleno. A continuación, en la calma, advierte algo grave: no consigue alzar sus párpados; se siente cada vez más lejana de si misma, se desvanece en pensamientos de niebla. Por un momento cree percibir un dulce aroma floral, también un sonido leve, pero ya lejano. El olor no desaparece de su regazo. Ella sí, suavemente.


FINAL II

- Oh, gracias, ¡qué bonitas! Son las que plantamos los dos, ¿verdad?
El niño se inclinó sobre la mejilla de su madre, en la que dejó la baba de sus labios marcada subrepticiamente, y  arrastró saboreando un  fe-li-ci-da-des con el aire caliente de su aliento acechando el lóbulo de ella, como si fuera el último.


Continuará...

domingo, 12 de julio de 2020

13-09-2018, Bellreguard

                  Cerca del agua hay dos personas. Se podría decir de él que es un amante de la sensación de la arena en la nuca y el pelo. Ella, por su parte, se encuentra recostada, soportando su cabeza con la mano, en una posición idónea para contemplar el esperpéntico espectáculo; mientras, esconde un michelín rebelde en las caricias de la toalla mediante torsiones incómodas del cuerpo. El rostro sereno de él refulge de plenitud; mantiene los ojos cerrados. Ella, por su parte, sonríe desmesuradamente sin parar tras sus gafas de sol negras y misteriosas.
Sobre el cielo despejado, una gaviota desafía el viento artificialmente. Todo parecido con la realidad es mera coincidencia. A simple vista no se le detecta el cable acoplado en la espalda, pero deberá estar ahí.
Un mozo en su tumbona se rasca el bajo vientre con poca moderación mientras sostiene algo con las manos.  Podría ser un libro pero para él no sabemos qué es. A su lado pasa un niño con una tabla de surf verde chillón, que se adentra al mar tumbado con bastante pericia. Unas bollas (amarillas: cerca; rojas: lejos) enmarcan la zona segura para los bañistas.
Una señora que estaba entre la pareja y el mozo lector abandona la playa por el camino de madera, silla en mano. Esta sí que estaba leyendo indiscutiblemente. La huída de la señora contagia a la pareja, que desempolva sus posesiones y cubre su semidesnudez con ropajes. 

               Todo este teatro lo presencian desde dos bancos del paseo marítimo, un anciano y, otro adulto -cincuenta años más joven- que había decidido merendar observando las mareas, repasando su libreta rellena de apuntes de la historia de la Grecia Antigua y siendo perturbado por los viandantes que caminan a sus espaldas. Cuando esto último sucede, los músculos de su cuello se petrifican, sobretodo en la nuca; se masajea la zona con ternura para aliviar a la tensión. ¿Pretenderá el niño llegar hasta la roja?

               Desaparecen todas las sombrillas. Las cañas de pesca empiezan a remplazarlas.
Para ser mediados de septiembre, conservar en el ambiente la frescura de la lluvia del día anterior y tener el ocaso en actitud amenazante, sigue habiendo bastante movimiento. Los socorrista ya hace tiempo que no trabajan.
Casi en el precipicio del horizonte, una embarcación pequeña ara el agua. El niño pone de manifiesto el material de su transporte marítimo; el sonido molesto del corcho frotado y golpeado agita los tímpanos. Una persona de casi media edad toma varias duchas de cuerpo entero delante del adulto joven observador del banco, intimidándolo severamente; tanto que casi desaparece.  Ella parece insistir divertida.

               La playa iguala a todos. El anciano recibe compañía. Desde el banco, disfrutan de unas vistas cada vez más tenues con pasividad. Comparten un par de frases vagas y manidas y le devuelven el turno al silencio. Parece el resultado de una vida bien llevada que empieza a disfrutarse ahora. ¿No sería triste?
Un renacuajo escupe en el suelo. Desde la terraza de un bar cercano se arremolinan voces veteranas y mesetarias de alabanza al último dictador y condena al desastre que es hoy en día la patria querida. "Para bien o para mal, ganó una guerra", sentencia.

13-09-2018, Bellreguard

lunes, 28 de mayo de 2018

Al final sí que me asustó


   Estábamos a pocos metros pero ni si quiera lográbamos escuchar nuestras voces. Su puerta estaba cerrada. Ella oía pasos dentro de su cuarto y pensaba que era yo. Los pasos se acercaban. Rápidamente, pulso el interruptor y se hizo la luz. No había nadie más. Tan solo su reflejo en el espejo de delante de la cama.

    Ella había cerrado mi puerta. No podía dormir, tenía frío, estaba incómodo, me sentía solo. Observe su puerta desde el umbral de la mía. Cerrada. Pensaba que estaría en un sueño profundo. Me costó levantarme pues temía que los chirridos provenientes de los muelles de mi cama ahogaran la noche.

   Bajé las escaleras escrupulosamente, rodé la llave y salí de la casa. Salí a despejarme, pasear, tirar escupitajos al huerto vecino, mear en el rocío nocturno golpeando con el chorro la verja metálica oxidada, reflejarme en las estrellas. Sentía como que era uno de esos días que solía subir solo a este lugar.

   Mientras yo pensaba en saltar la valla para fundirme con la noche corriendo cual bestia nocturna, mi amiga no se atrevía ni si quiera a salir de la habitación. Tenía más frío que yo, estaba asustada por las murmuraciones de esa casa vieja, temía no encontrarme en mi sitio, temía que incluso la hubiera dejado tirada allí mismo, que me hubiera evaporado con el coche. Desde su puerta cerrada me habría estado llamando varias veces por mi nombre, pero nadie la llegó a escuchar ninguna vez. Yo continuaba afuera perdido en la oscuridad escuchando los sonidos de los animales que sí se habían atrevido a asaltar la noche. 
Después, volví a entrar. Antes de ello, me detuve dubitativo ante la puerta. Recorrí el patio. ¿En esa casa había alguien realmente? Miré de reojo por la ventana de la cocina y no me encontré con sus ojos. Entré y volví a cerrar con llave. Estaba frustrado, enfadado y triste.

   Yo solo quería dormir pero no podía. La casa se sentía vacía. Tan enorme, tan térmicamente extrema. La ascuas del fuego ya habían desaparecido bajo una sabana de ceniza. Recordaba el fulgor del fuego, como había devorado unos pares de troncos medianos. Ardían rápido, dando luz a ese gran salón rectangular; se reflejaba en el televisor un toque anaranjado mientras veíamos La ventana indiscreta. A los diez minutos, ella se estaba dormitando y amuermando, aunque solo fueran como las siete de la tarde.
Dejé todo aquella ensoñación allá, levante mi culo del sofá y volví a subir las escaleras tanteando el deseado sueño reparador. Realmente era como si no hubiese nadie más; el silencio era intenso. Esgrimí uno de mis zapatos y lo arrojé a su puerta. Nada. Solo me oía a mí mismo riéndome, como el niño que acaba de ejecutar una travesura, excitado al pensar en cómo se vengaría en medio de la noche cuando mis párpados cayeran pesadamente. No obtuve respuesta. Tampoco. Nada. Me dormí al fin.

  La oí mear en algún momento. Rápida y eficiente. Lo raro es que no oía sus pasos, solo el movimiento embarazoso de las puertas.

   Por la mañana, como ya le había vaticinado, el sol me despertaría antes que su alarma. No obstante, a pesar de desperezarme varias veces, volví a esconderme bajo la manta polvorienta. Y parece que me volví a recaer pues quería darle el placer de despertarme, ya que había tenido la gentileza de establecer la alarma mientras la despedía cortantemente, sin ella parar de enunciar horas ansiosamente, de cuál sería la mejor, <<8:00? 8:30? 9:00?...>>.

   Su dulce voz me despertó y lo primero que vi fue ese pelo rojo/rosado acompañado por unas gafas de cristales grandes que le conferían un toque cómico a su rostro juvenil. Y empezó a relatar, desde su punto de vista, los sufrimientos acontecidos de nuestra noche de mierda.

   Yo y mi amiga parece que estemos atrapados en dimensiones diferentes... Ayer fue todo muy raro. Al final sí que me asustó.