viernes, 19 de mayo de 2017

Danza en la lluvia s/ artilugio moderno que todo lo controla

- Me encanta. El abanico de posibilidades es... es... fascinante: las soledades encontradas, los constantes cuchillos que vuelan desde la sombra, relucientes cuchillos, el hipnótico deterioramiento de la retina ante la intensidad atrapada de veinte soles, las delicadas sinfonías carentes de cualquier atisbo de ingenio pero pegadizas, la bifurcación de las ideologías...
- Podrías callarte. No es algo tan profundo -interrumpió, lívidamente molesto.
- No es eso; soy yo. Crea un efecto demasiado evocador sobre mi debilidad pasional. Es un escarnio sobre mi intuición, o mejor... -nótese el absurdo pasaje que venía a continuación, silenciado.


Sin vacilar, sin aprensión alguna, requisó el valioso artilugio de las manos constrictoras, sudorosamente excitadas, y, sin pausa pero sin prisa, salió de la sala; una figura melancólica quedó solitariamente aprisionada en un cúmulo de emociones absurdas, extremas a la razón, con sus brazos colgando del cuerpo como queriendo desapresarse de esta condición inherente e inamovible. Por la ventana rugía una tempestad indomable, evocadora a tiempos de guerra, otros tiempos. A pesar de ello, el ladrón, atiborrado de pedantería, descendió las escaleras, abandonando la casa por la puerta principal. Instantes más tarde, se interpuso en aquella batalla meteorológica el desgarrador sonido de un proyectil, metálico, eléctrico, certero, eficaz, fatal. La casa vacía, la puerta entreabierta. Y luego, unos crujidos, una danza s/ un cuerpo abatido, inmóvil. La danza de la lluvia.

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