viernes, 4 de agosto de 2017

Alas

   Era un pájaro avispado. Se escapaba de sus captores sin dejar pista, respetando la inmutabilidad de su habitáculo carcelario (salvo restos del manjar). Y buscaba, desesperado, en el último instante, ante las garras y caras viciosas de sus captores que le acorralaban el destino, la vida, saltando entre los barrotes, atenazándose, con el pecho afligido, con un agobio existencial agotador en su pico, así, se escurría hasta alcanzar la obertura que le llevaría a otro mundo paralelo. Una ventana: un camino aéreo triunfal, en forma de espiral, esplendido y suntuoso; refinado.

   Ciegamente, movido por sus pasiones, utilizaba su libertad, para, después, anularla: necesita un padre, una madre, bondadosos, que, en régimen de dictadura, le den la cobertura alimenticia. La independencia respecto al captor es nula. La cautividad forzosa anuló su naturaleza, su instinto. Ahora, confuso, se ve casado cual mendigo, vagando con actitudes lazarillescas, planeando en calles oscuras, frías. Terrazas, portezuelas, embadurnadas de pelusa, penetrando en los orificios de las claraboyas, colmando las baldosas de los patios.

   Aunque él sabe que todo lo anterior se resume a esperar la extravagante y característica danza de sus incursiones, volátil a los ojos de la moral, dependiendo  de los ojos, dando el cuerpo plumado a las manos que parecen abarrotarse, imponentes, preparándose al asalto o buscando una cálida pero silenciosa confianza. Tranquilo, elude las zarpas constrictoras, suntuoso, bello y seguro en un dudoso salto difuminado en el espacio. Tiempo para poder seguir picando el suelo, indiferente a hechos anteriores, obsoletos para el pequeño cráneo.


   La resistencia ha sido banalizada. Pobre de ella.

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